India

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Por una u otra razón mis planes para viajar a India siempre se han venido abajo, de manera que una oportunidad reciente, aunque fuera tan solo por unos días, quise aprovecharla para romper lo que parecía un maleficio. Tenía ganas de sentirme allí, en esa inmensidad territorial y cultural que tanto atrae a los occidentales desde hace ya varios siglos, mucho antes de que los hippies y los Beatles la descubrieran. Estuve, por fin, en India y volví, como casi todo el mundo, fascinado y horrorizado. Incluso cabreado, para qué ocultarlo, si me lo van a descubrir unas líneas más abajo.

Aun moviéndome tan solo por el llamado Triángulo Dorado (Delhi, Agra, Jaipur) que los folletos turísticos destacan como el no va más, y efectivamente lo es porque te atolondra con su espectacular belleza monumental, he visto también tanta mise-ria, tanta contaminación y suciedad, que no me lo podía creer. ¿Cómo es posible que un país a punto de convertirse en superpotencia y haciéndose valer como tal en el desconcierto internacional tenga a la gente en semejantes condiciones? ¿Qué ocurrirá en el resto de la India si su Triángulo Dorado, la meca del turismo (por aquí pasa el 90%), está así, ruinoso, pobre, sucio, contaminado y maloliente?

«INDIA SE CONVIERTE EN SUPERPOTENCIA AUN DEJANDO A BUENA PARTE DE SU POBLACIÓN ANCLADA EN LA MISERIA O, EN EL MEJOR DE LOS CASOS, ESCALANDO CON MUCHO ESFUERZO HASTA LAS RENTAS DE SUBSISTENCIA»

Esto no es de recibo y de ahí el cabreo con India, con sus Gobiernos y con los propios indios que son corresponsables de la situación. No puede ser que después de unas cuantas décadas, desde que empecé de niño a oír los testimonios de algunos misioneros, las cosas hayan cambiado tan poco para bien. No puede ser que tanta gente duerma al raso, que buena parte de las viviendas sean inhabitables, que nadie recoja las toneladas de basura que se amontonan por las calles, que los ríos sean cloacas, que las aguas fecales transiten a cielo descubierto por los lugares más céntricos de pueblos y ciudades… No puede ser que los comercios (India es puro comercio) tengan esa mugre infecta, que los animales, vacas incluidas, vivan en un peligroso hacinamiento con las personas (¿por qué han prohibido su callejeo en Delhi y no en todo el país?), que nadie se moleste en controlar un tráfico caótico y contaminante, que haya tantos niños desatendidos… No puede ser.

Uno pasea por Jaipur, la famosísima Ciudad Rosa, y aunque su belleza acaba imponiéndose a los ojos del viajero más escéptico, es evidente que el casco histórico necesita urgentemente un programa de rehabilitación. ¿Y el resto de la ciudad? Pues no lo sé, porque tanto en Jaipur como en Agra las ciudades son prácticamente invisibles, como el título de la novela de Italo Calvino. Una aglomeración aquí, otro abigarramiento allá, suciedad por doquier, y eso sí, mucho tráfico y mucho ruido. Hasta las zonas residenciales tienen ese aire de sucia dejadez que llama la atención de cualquiera. ¿No es posible que con los millones de rupias que ambas ciudades ingresan del turismo pudieran tener las aguas fecales canalizadas bajo tierra y hasta depuradas si pusieran empeño en ello? ¿Quién se queda con el dinero? La prensa india ha hecho algunas denuncias al respecto.

Cruzando una pequeña población vi en una plaza varios cientos de personas en actitud de debate. ¿Qué pasaba? Hablaban de la contaminación de los ríos. De los ríos pequeños y de los grandes, como el Yamuna y el Ganges, que en larguísimos tramos son puras cloacas. Es cierto que su estado lamentable preocupa antes por su condición de sagrados que por cuestiones sanitarias, pero si el objetivo de limpieza y depuración se cumpliera, merecería dar por válida cualquier causa.

Los países más ricos del mundo siempre han tenido importantes bolsas de pobreza (véase el caso de EE UU y el de la España de antes de la crisis reflejada en los informes de Cáritas), pero lo de ahora es diferente. Un país se convierte en superpotencia aun dejando a buena parte de su población anclada en la miseria o, en el mejor de los casos, escalando con mucho esfuerzo hasta las rentas de subsistencia. Lo mismo pasa con las grandes empresas: obtienen cifras supermillonarias de beneficios y, a pesar de ello, despiden a miles de trabajadores aumentado a su vez los bonus de sus privilegiados dirigentes. ¿Hace falta que señale con el dedo?

Cuando se analiza la situación de países como India u otros de ese grupo que antes llamábamos Tercer Mundo, suele recordarse como pretexto justificatorio su historia más reciente de sometimiento a intereses imperiales o coloniales,

o bien la constante intromisión de las superpotencias, pero ya no sirven o ya no bastan ese tipo de argumentos. Ni una palabra de complacencia saldrá de mi boca (o de mi ordenador) para justificar situaciones de atropello de antes o de ahora, pero tampoco para difuminar responsabilidades de las elites gobernantes actuales y de las propias sociedades que las sostienen con su voto o con su desidia. La respuesta de lo que pasa en la India actual no está en el Reino Unido, sino en la propia India, de manera que reitero mi lamento: no hay derecho a que una potencia atómica mantenga a sus ciudadanos en semejante estado de precariedad. Cabe también preguntarse si ese concepto de alienación sobre el que reflexionaba Marx hace ya tanto tiempo solo es aplicable a la religión cristiana o a todas las religiones sin excepción.

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