Ellen Swallow Richards, madre de la ingeniería ambiental

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Hoy en día es habitual hablar sobre los problemas ambientales a los que nos enfrentamos, y de cómo la contaminación de las aguas, el aire y el suelo está provocando que vivamos en lugares perjudiciales para nuestra salud. Sin embargo, en el siglo XIX ya hubo una mujer precursora en estudiar lo que más adelante se llamaría “higiene ambiental”. Les hablamos de Ellen Swallow Richards.

La crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha cambiado, en mayor o menor medida, nuestra forma de entender la vida, de relacionarnos y de comunicarnos, tanto entre nosotros como con nuestro entorno. Dejando a un lado las secuelas económicas y sociales que supondrá y que se podrán analizar a medio y largo plazo, lo que sí ha quedado demostrado a través de diversos estudios es la relación existente entre el cuidado del medio ambiente y la propagación de la mayoría de las enfermedades zoonóticas, incluida la COVID-19.

Sin embargo, pese a que han sido el origen de las últimas y más asoladoras pandemias, si algo hemos podido aprender de su estudio es que la causa de las mutaciones más patógenas no reside en que su información genética los disponga a este fin, puesto que desde hace millones de años cumplen un papel fundamental en los procesos ecológicos, regulando las poblaciones de especies y colaborando en el mantenimiento del equilibrio natural de los ecosistemas, así como actuando como poblaciones reguladoras de otros agentes nocivos para la propia flora humana.

Ellen Swallow Richards. Fuente: Blog Mujeres con
ciencia (UPV/EHU).

La información obtenida de estos estudios permite comprobar que los desequilibrios que causan estas mutaciones se originan cuando un ecosistema queda impedido por causas ajenas a la naturaleza. El equilibrio se rompe y aumentan las posibilidades de que un cuantioso número de virus potencialmente patógenos crucen la barrera de especie, infectando a otras especies de animales, incluyendo el ser humano, con consecuencias mucho más graves que las producidas en el portador primigenio.

Los análisis de las recientes investigaciones llevadas a cabo por Ecologistas en Acción muestran la relación directa entre la pérdida de la biodiversidad y el aumento del riesgo de transmisión de enfermedades infecciosas, o lo que es lo mismo: la paulatina pérdida de la homeostasis de los ecosistemas redundan en nuevas necesidades de adaptación de las diferentes especies, incluidas los virus, lo que facilita su propagación.

Según se explica en dicho informe, enfermedades tan conocidas como la malaria han aumentado su tasa de contagios, entre otros factores, debido a la deforestación del Amazonas. La explicación que se da es más sencilla de lo que pueda parecer: el debilitamiento del que es el pulmón más grande del mundo ha provocado una mayor exposición a la luz solar y a la humedad en las zonas recién deforestadas, lo que ha supuesto un aumento en la proliferación de mosquitos, favoreciendo, así, a la expansión de dicha enfermedad.

Este no es el único ejemplo, ya que la intervención humana en la naturaleza, lamentablemente, ha provocado, en ciertos casos, la desaparición de especies dentro de su ecosistema e influido, así, a la transmisión de patógenos al eliminar los cortafuegos naturales que suponen una mayor diversidad genética.

Sin embargo, aunque esta preocupación por el cuidado y mantenimiento de nuestro entorno pueda parecer actual, lo cierto es que ha sido objeto de estudio desde hace más tiempo del que nos imaginamos. Muestra de ello es la obra titulada Euthenics: The Science of Controllable Environment. A Plea for Better Conditions As a First Step Toward Higher Human Efficiency, publicada en el año 1910. Su autora, Ellen Swallow Richards (1842-1911), considerada la madre de la ingeniería ambiental, presenta en esta obra el concepto de la euténica como “la mejora de las condiciones de vida y de su funcionamiento a través del esfuerzo consciente, con el propósito de asegurar el bienestar del ser humano”.

Laboratorio del agua. Fuente: MIT Museum (Instituto de Tecnología de Massachusetts).

Desde pequeña, Ellen tuvo una relación muy estrecha con la naturaleza, ya que sus padres, además de profesores, eran agricultores. Pasó su infancia en Dunstable, Massachusetts, ayudando en el negocio familiar, en el cual vendían los productos que cultivaban. Aunque durante un tiempo su educación no fue su prioridad, en el año 1859 comenzó sus estudios preuniversitarios, eligiendo matemáticas, francés y latín. Hasta los 25 años, Ellen tuvo varios trabajos mientras cursaba estos estudios con una clara meta, poder inscribirse en el prestigioso Vassar College, una de las pocas instituciones que aceptaba a mujeres en la segunda mitad del siglo XIX. Tras recaudar los 3.000 dólares que necesitaba para ser aceptada, comenzó el camino que la llevaría a hacer historia.

Entre todas las eminencias de las que Ellen recibió lecciones en este centro, destaca Maria Mitchell, la primera astrónoma estadounidense, inclinándose, así, por los estudios de química y astronomía. La intachable carrera profesional y entereza personal de Maria sirvieron de inspiración para Ellen a la hora de afrontar los impedimentos que, por razón de sexo, encontraría en su camino. Tras graduarse en 1870, no desistió en su empeño y continuó sus estudios de química en el MIT (Massachusetts Institute of Technology), siendo la primera mujer en ser admitida por una universidad norteamericana de ciencias. Tres años después finaliza sus estudios sin poder llegar a doctorarse, ya que la plantilla de profesores no aceptaba que el primer doctorado en química fuese para una mujer.

Pero Ellen sacó fuerzas de esa mala vivencia para intentar cambiar la estructura dentro del MIT y evitar que ninguna otra mujer tuviese que pasar por la misma experiencia. Así conoció al que sería su marido y su mayor apoyo en esta lucha, Robert Richards, jefe del Departamento de Ingeniería de Minas en el MIT. Junto a él, realizó análisis de la química del mineral, estudios que la llevaron a ser la primera mujer elegida para ser miembro del American Institute of Mining and Metallurgical Engineers. Una a una, Ellen Swallow Richards fue derribando las barreras que se le presentaban en el camino, no solo por ella misma, sino por las que vendrían detrás.

Laboratorio exclusivo para mujeres
En 1876, con el apoyo y financiación de la Women’s Education Association de Boston, creó un laboratorio exclusivo para mujeres en el MIT, en el que fue directora asistente. Bajo el principio de que las mujeres deben de “armarse de amplios conocimientos en química, así como en las leyes de la física y la mecánica”, impartían lecciones de química básica e industrial, biología y mineralogía. La creación de este laboratorio sirvió de puente para potenciar la participación de las mujeres en los estudios de ciencias, ayudando a que, a partir del año 1883, las mujeres pudiesen estudiar de forma regular en el MIT carreras de áreas científicas.

Es a partir del año 1884 cuando Ellen adapta sus conocimientos al estudio del medio ambiente y del entorno que le rodea participando como profesora asistente en un nuevo laboratorio, de química sanitaria, creado en el MIT. Desde su puesto, introdujo la enseñanza de la biología en el MIT, contribuyó a la fundación del Woods Hole Oceanographic Institution, investigó sobre la contaminación del agua y diseñó sistemas de seguros para el aprovisionamiento. Es decir, se preocupó profundamente por el análisis del aire, del agua y de la tierra. Fue una pionera en la protección del medio ambiente, una de las fundadoras de la “higiene ambiental”, fase previa a la ecológica moderna.

Pero no solo centró sus estudios en el medio ambiente, sino que también se preocupó por la nutrición de las clases trabajadoras, para lo cual impulsó el desarrollo de la denominada “educación de economía doméstica”. Para conseguir dicho objetivo creó la American Home Economics Association, organización que conecta a profesionales en el área de la ciencia de la familia y el consumidor, y de la que fue primera presidenta; y fundó el Journal of Home Economics.

Ellen dedicó su vida a la investigación científica, sobre todo aplicada a la ingeniería ambiental. Por todo su trabajo le fue concedido, en 1910, el Doctorado Honoris Causa por el Smith College, tan solo un año antes de su muerte, a los 68 años de edad.

Euthenics: The Science of Controllable Environment
Ellen Swallow Richards crea el término euthenics usando como base la expresión griega eutenea, que hace referencia al buen estado del cuerpo, la prosperidad y la buena fortuna. A través de esta obra, Ellen dota a esta nueva palabra de un significado mucho más profundo de lo que pueda parecer, que incluye el trabajo y esfuerzo consciente de todos los seres humanos para lograr la mejora de las condiciones de vida, de una manera eficiente y respetando al medio ambiente. Es, lo que denominaría ella posteriormente, la ciencia de “una vida mejor”, y lo que actualmente se conoce como “desarrollo sostenible” o “economía verde”.

Hasta llegar a este punto, y después de su primera experiencia como analista de agua con el profesor del MIT Williams Nichols, Ellen había llevado a cabo una práctica química sanitaria, en la que se incluía la evaluación del agua, del aire y de los alimentos. Entre los años 1878 y 1879 examinó exhaustivamente tiendas de alimentos de primera necesidad, con el objetivo de analizar el impacto que la contaminación del agua podría tener en la posterior elaboración de alimentos y si podría afectar a los consumidores. Los resultados de dicho estudio pionero fueron publicados en el que sería el primer Informe anual de la Junta de Sanidad de Massachusetts. Fruto de estas investigaciones nacería otra de sus obras en las que deja patente el resultado de sus estudios: Air, water, and food from a sanitary standpoint.

Gracias a su interés por el medio ambiente, el término “ecología”, acuñado por el biólogo alemán Ernst Haeckel para describir la “familia de la naturaleza”, entró definitivamente para quedarse en el vocabulario inglés alrededor del año 1892.

Ellen supo hacer entender que a los principios científicos se pueden adaptar las situaciones domésticas, como la nutrición, la condición física, y el saneamiento y la gestión de manera eficiente de los recursos; creando así la “economía doméstica”. Cumplió, de este modo, con dos de sus objetivos principales a lo largo de toda su carrera: acercar la ciencia, concretamente la química, a las mujeres, y lograr que, desde las unidades familiares, se gestionase de manera eficiente los recursos para respetar el medio ambiente y la propia salud.

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