El cordobés Abbás Ibn Firnás, creador de la primera escuela mecánica europea

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El ingenio es un don que se posee o una capacidad que tienen algunas personas para crear o para inventar, por tanto, ingenio y creatividad son sinónimos. Creemos que ese don es natural en algunas personas, pero con el estudio, con los problemas que el trabajo presenta a menudo y que tienen que resolverse, la inteligencia se desarrolla y te va dando esa facilidad para solucionarlos, y esto hace que a veces tus conocimientos te hagan crear.

Esto me lo sugirió un personaje que quiero darles a conocer sus habilidades y que es bastante conocido. El protagonista que me ha hecho recapacitar sobre el ingenio o lo ingenioso se llamó Abbás Ibn Firnás, que fue una de las figuras más interesantes en tiempos de los emires de Córdoba Abd al-Rahman II y de su hijo Muhammad I. Vivió en el siglo IX, era de origen bereber, nacido según unos en Córdoba y otros en Takononna, en la serranía de Ronda y, aunque se desconoce la fecha de su nacimiento, su muerte acaeció en Córdoba el año 887. En esta ciudad estudió, se formó y sobresalió en todo lo que se proponía hacer. Pero no se trataba de un científico, sino de un cortesano dotado de una curiosidad enciclopédica que sabía aprovechar muy bien sus conocimientos. Por su saber polifacético lo llamaban el Sabio de al-Andalus, Hakim al-Andalus. Era poeta, matemático, físico, astrónomo, astrólogo, filósofo, músico, estaba considerado un buen geómetra, pero, sobre todo, era inventor.

Descubrió una fórmula para la fabricación del cristal a partir de la arena, industria que puso en práctica en los hornos construidos a tal efecto en la capital para obtenerlo. Produjeron gran cantidad de esta variedad de vidrio, una especie de cristal de roca, y él desarrolló el proceso del tallado que estaba en manos de los egipcios, que eran los únicos que conocían esa técnica. Causó sensación su invento porque se podía ver el líquido a través del recipiente. Esta innovación se exportó y se convirtió en fuente de riqueza.

También construyó, valiéndose de sus conocimientos matemáticos, astronómicos y físicos un planetario en vidrio que simulaba la rotación de las estrellas, que iba acompañado del ruido de los truenos y el resplandor de los relámpagos y a su voluntad ponía el cielo nuboso o despejado.

Regaló al emir una esfera armilar, la primera documentación de este instrumento astronómico que existió en al-Andalus, consistente en varios círculos, realizados en vidrio, en cuyo centro se encontraba una pequeña esfera que representaba la Tierra. Sirvió, de forma aproximada, para realizar observaciones astronómicas dirigiendo los diferentes círculos según el plano de los círculos celestes.

Al heredero le obsequió con una clepsidra que llevaba autómatas móviles. Con ella podía determinarse la hora cuando no había sol ni estrellas que pudieran servir de guía, por lo que facilitaba su uso de día y de noche. Resultaba de suma utilidad para fijar las horas de la oración, ya que los cuadrantes o relojes de sol no podían utilizarse en todos los casos.

Abbás Ibn Firnás era poeta, matemático, físico, astrónomo, astrólogo, filósofo, músico y también un buen geómetra, pero sobre todo era inventor

Como buen astrólogo era también buen astrónomo y calculó las efemérides de los astros con las tablas del Sing-Hind y Zich procedentes de Oriente, de tradición india. En el libro que escribió anotó las coordenadas de los planetas y de las estrellas fijas, respecto a la eclíptica y al ecuador, así como los eclipses. Por su aportación a la astronomía un cráter de la Luna lleva su nombre.

De entre todos sus inventos, el que produjo mayor impacto fue el que realizó para cumplir su deseo de volar. Con un traje ideado por él, al que había pegado con betún plumas de águila y dos alas movibles proporcionadas a su estatura, se lanzó desde un risco en la sierra de Córdoba junto al palacete de al-Rusafa. Voló planeando unos segundos y cayó sin gran detrimento físico a una cierta distancia y todo porque no se había colocado una cola. Mumin Ibn Said le dedicó una sátira en la que figuraba este verso:

“¡Quiso aventajar al grifo en su vuelo,

y solo llevaba en su cuerpo

las plumas de un buitre viejo!”

Corregido este defecto, siguió realizando vuelos ante numeroso público e incluso ante la corte omeya. El eco de este vuelo trascendió durante muchas generaciones e inspiró la poesía española del Siglo de Oro.

De esta forma, Ibn Firnás se convirtió en el primer hombre que intentó volar, adelantándose varios siglos a Leonardo da Vinci, en el siglo XVI, y a Diego Marín Aguilera, que lo hizo en 1793 en España.

Y, tras dar a conocer algunos de sus inventos, hemos dejado para el final decir que fue el creador de una escuela de mecánica; la primera que se abrió en al-Andalus y, posiblemente, en Europa, con la aquiescencia y patrocinio de Abd al-Rahman II. Esta fue la primera escuela importante que se inició en Córdoba pero no la última, ya que en el siglo X se abrió la primera en Europa de medicina y el libro Kitab al-Tesrif, del médico cordobés Abulcasis, sirvió de texto en las escuelas y luego en las universidades europeas.

Todo lo que se ha relacionado anterior-mente muestra que era un buen ingeniero porque dominaba las matemáticas, la física y otras ciencias, sabía aplicarlas en las diferentes tecnologías y transformaba su conocimiento en algo práctico en beneficio del bien común.

En cuanto a lo realizado en el campo de la ciencia esto es todo, que no es poco. Y como curiosidad quiero relatar que en una ocasión llegó un manuscrito titulado Kitab al-Arud (El libro de la métrica), escrito por al-Jalil ben Ahmad, filólogo oriental, maestro de la escuela de Bagdad. Los gramáticos intentaron descifrarlo y él en muy poco tiempo lo desentrañó y se lo explicó. Desde entonces y gracias a él se introdujo la prosodia de Jalil en al-Andalus.

También sobresalió en los juegos de prestidigitación por más complicados que fueran y las ciencias ocultas no tenían secretos para él. Practicaba la magia blanca y la alquimia y tocaba muy bien el laúd, por lo que acostumbraba a deleitar a sus amigos con ellos. Para Abbás Ibn Firnás nada había que se le pusiera por delante que no resolviera.

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