Síndrome de Stendhal

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Uno de los fenómenos más llamativos del actual turismo de masas lo constituyen las visitas masivas a los museos. Dejando de lado lo que pueda tener de esnobismo o de gregarismo, lo cierto es que la contemplación de las obras de arte nos proporciona grandes satisfacciones estéticas. Por esta razón, somos capaces de aguantar horas y horas, haciendo largas colas para visitar algunas exposiciones, algo que se ha convertido ya en un ritual. Si uno quiere visitar, pongo por caso, la Alhambra de Granada, el Vaticano o el museo de Louvre, debe armarse de paciencia o bien reservar las entradas con antelación suficiente.

Pocas veces, sin embargo, se nos advierte de los riesgos de la insoportable belleza. Incluso hay quien llega literalmente a enfermar. Es lo que se conoce como “el síndrome de Stendhal”, pues fue este escritor francés el primero que lo describió, en su diario de viajes titulado Roma, Nápoles y Florencia. En él, por cierto, aparece por primera vez el seudónimo que le daría fama. Corría el año 1817, cuando el genial autor de Rojo y negro y La cartuja de Parma sufrió un desvanecimiento al contemplar los frescos de la iglesia de Santa Cruz de Florencia, como nos relata en sus diarios. El diagnóstico: sobredosis de belleza.

Bien es verdad que la conocida pasión del francés por la belleza y la cultura italiana le predisponía a ciertos estados de ánimo. “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados”, nos cuenta en su diario. También nos explica los síntomas, que el autor comparaba con la pasión amorosa: “Saliendo de la Santa Croce tenía fuertes latidos de corazón, lo que en Berlín llaman nervios: la vida se me había desvanecido, caminaba con temor de caer”.

Desde entonces, se han registrado cientos de casos de viajeros y turistas que sufren vértigos y mareos mientras visitan las grandes obras de arte en Florencia, y muy especialmente la Galleria degli Uffizi. Sin embargo, este curioso caso no fue descrito por la ciencia médica hasta 1979, cuando la psiquiatra ita-liana Graziella Mangherini, responsable del servicio de salud mental de un hospital florentino, observó cientos de casos similares entre turistas y visitantes. Algunos precisaban ingreso hospitalario, con un cuadro psíquico agudo. En otras ocasiones, bastaba con una simple consulta ambulatoria.

Según describe la doctora italiana, los pacientes sufren trastornos de la percepción, ansiedad y, en los casos más agudos, alucinaciones. Además, estos síntomas vienen acompañados de sudores, taquicardia y vértigo. Las personas afectadas por este síndrome suelen ser turistas de mediana edad, la mayoría mujeres que viajan solas y que proceden de ciudades pequeñas sin muchos estímulos artísticos. Curiosamente, los italianos rara vez se ven afectados por este síndrome. Es posible que se encuentren inmunizados ante la belleza.

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