Profecías

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Hay dos tipos de profecías, las que se cumplen y las que no se cumplen. Al primer tipo pertenecen las denominadas “profecías autocumplidas”, en las que muchas veces el profeta es actor interesado en el devenir de los acontecimientos que profetiza; al segundo, las profecías erróneas o malas. ¿O tal vez no? Quizá el mayor éxito de un profeta sea hacer lo inevitable evitable, y de esta manera lo inevitable terminará por no acontecer. El éxito del profeta será el fracaso de su profecía. Por ejemplo, a casi nadie se le escapa que, de continuar el actual ritmo de contaminación sobre el medio ambiente de nuestro planeta, profetizar una catástrofe ecológica de proporciones colosales no es un ejercicio muy complicado. Sin embargo, lo que desean muchos científicos y ecologistas es estar equivocados, es decir, que no se cumplan sus previsiones o profecías, sino, por el contrario, evitarlas.

El sociólogo Zygmunt Bauman pertenece a la estirpe de los profetas que aspiran a equivocarse. Su propia biografía es un compendio de los cambios políticos y sociales vividos en Europa en el siglo XX. Nació en Poznan (ciudad alemana hasta la I Guerra Mundial; luego polaca) en 1925. Abandonó su país natal con el ascenso del nazismo, a causa de su ascendencia judía, y más tarde se enroló en el Ejército Rojo durante la II Guerra Mundial. Finalizada la guerra, volvió a P olonia, donde inició su carrera de sociólogo en la Universidad de Varsovia. En 1968, tuvo que emigrar nuevamente por causas políticas, y se instaló primero en Israel para terminar como profesor en la Universidad de Leeds (Reino Unido).

En sus libros describe una maraña de experiencias individuales y colectivas, paisajes, costumbres, modelos, prejuicios y ansiedades. Su objeto de análisis es el mundo del consumo, los teléfonos móviles, el chat, las relaciones de quita y pon, el trabajo precario o los reallity-show. Su estilo es personal y sesgado, y su prosa, atractiva, rica y culta. Distingue entre la modernidad sólida, es decir el mundo hasta fines del siglo XX, basada en la territorialidad, y cuya forma política es el Estado-nación, y la modernidad líquida, caracterizada por la globalización, la diversidad y la fluidez.

El tema recurrente de sus obras es el de la identidad individual y colectiva. Es el cronista de un mundo desencantado, de vínculos sociales y personales ambiguos y valores morales ambivalentes. Su tono no es ciertamente optimista. Bauman no se encuentra entre los que piensan que vivimos en el mejor mundo posible. Este sociólogo desarraigado y octogenario practica un pesimismo del pensamiento para poder ser un optimista de la voluntad, quizá porque la pérdida de la esperanza es el mayor desastre que le puede ocurrir a la humanidad. “Tener esperanza es nuestra obligación”, afirma. Desde Freud, son muchos los científicos sociales que nos advier- ten de las consecuencias pervers as de la modernidad, de los cam- bios no deseados, de los sacrificios y los riesgos que acechan al hombre de nuestro tiempo. Podemos considerarlos profetas, a la manera de los del Antiguo Testamento; o simplemente científicos sociales que diagnostican la época moderna. Pero necesitamos que nos hablen alto y claro, mientras no sea demasiado tarde.

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