Pablín el asturiano

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Hace bastantes años, mientras vendía libros en el Rastro de Madrid para salir de los apuros económicos en que me metía una improductiva vida bohemia, conocí a un hombre mayor, de aspecto saludable y risueño, que también vendía libros, sólo que en su caso eran los que él mismo escribía. Se llamaba Francisco Simancas, y decía que había patentado un nuevo sistema de venta: del escritor al lector, sin intermediarios. Ajeno al mundo literario, a sus pompas y vanidades, llevaba un zurrón cargado con ejemplares de sus últimas novedades. Me invitó a hojear su mercancía. Eran dos libros, una historia del anarquismo español y la biografía de un anarquista titulada Pablin el asturiano. La verdad es que sus técnicas de venta no eran muy agresivas, y después de un buen rato de hojear ambos libros, abusando de su paciencia, rechacé su amable invitación de comprarlos. No eran muy caros, y luego me arrepentí.

Unos meses más tarde encontré de nuevo a Simancas, esta vez en el paseo madrileño de Recoletos, en una feria del libro antiguo. Con su optimismo de siempre seguía pregonando sus libros. Recordé entonces los libros que había tenido en mis manos y me decidí a comprar Pablín el asturiano. Pero, oh desgracia, estaba agotado, y el autor no tenía intención de volver a “reeditarlo” (es decir fotocopiar el original mecanografiado y encuadernarlo) hasta que no vendiese los ejemplares que le quedaran de sus otras obras. Razones de mercado, por tanto. Me quedé con las ganas de leer aquella biografía, pero nunca más he vuelto a ver a Francisco Simancas. Imposible encontrar luego aquellos libros en una librería o en un catálogo. Menos aún es probable que exista siquiera una mínima reseña en las innumerables revistas literarias o en los suplementos de los periódicos. Desde entonces, he pensado muc has veces en aquel personaje, Pablín, y en su libro, lleno de historias y de anécdotas que nunca podré leer.

En realidad, muchos de los libros, sobre todo de ficción, que ahora se venden son tan pasajeros y livianos que caen en el olvido con la misma facilidad con que fueron leídos (y posiblemente escritos). Consumimos ficción de una manera vertiginosa, fast fiction , como si fueran hamburguesas; nada que ver con el quevediano “con pocos, pero doctos libros juntos“, ni por supuesto, “vivir en conversación con los difuntos” , pues la mayoría de esta literatura es de rabios a novedad. Tan rabiosa que en unos meses pasan de las tapas duras y el guatiné a la edición de bolsillo, y de los anaqueles de novedades a los estantes de saldos. Como el metro de Madrid, vuelan. Si no los pillamos a tiempo, en el momento de su promoción, es difícil encontrarlos luego.

Novelas de acción y misterio, de amor y lujo, biografías y novelas históricas (ambas suelen ser ficción), memorias. Literatura para olvidar, desde el mismo momento de su creación, de su lectura, como las conversaciones intrascendentes que mantenemos con un vecino en el ascensor o esperando en la parada del autobús. Ni por supuesto dejan huella en nuestra memoria, lo que quizás sea su única ventaja. Sin embargo, esta literatura supone un porcentaje altísimo del mercado del libro en España, lo que hace muy difícil, no ya condenarla sino criticarla, sobre todo en un país como el nuestro donde se lee tan poco.

Esta es la reseña imposible de un libro que jamás leí. Tampoco tengo datos biográficos sobre su autor, pues sus libros carecían de solapillas. Nada sabremos de las aventuras de Pablín el asturiano, de sus anécdotas vividas, fingidas o inventadas. Pasó fugazmente por delante de mí, aunque su recuerdo se ha incrustado en mi memoria, con más fuerza que otros memorables personajes de la literatura. Probablemente más que si lo hubiera leído. Sin embargo, hoy con el periódico, y por sólo un euro, voy a leer una novela policíaca inmortal ¿Quién lo diría?

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