Margarita, está linda la mar

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Hubo un tiempo en que los escolares debían aprenderse de memoria canciones y poemas. En el libro de Lengua Española de Fernando Lázaro se proponían dos canciones. Los niños debían aprenderse la Canción del pirata de José de Espronceda, y las niñas, Margarita, está linda la mar, de Rubén Darío. Luego llegarían los sintagmas, las proposiciones y los comentarios de texto. Desde entonces, las nuevas pedagogías proscribieron toda actividad memorística. ¡Pobres criaturitas, tener que aprender la canción del pirata!

Si mis recuerdos no me traicionan, yo prefería la canción de Rubén Darío a la de Espronceda, de un romanticismo un tanto acartonado. “Margarita, está linda la mar/ y el viento tiene esencia sutil de azahar/ yo siento en el alma una alondra cantar;/ tu acento./ Margaritaa, te voy a contar/ un cuento. ” Esta sugerente canción está compuesta en versos alejandrinos a la manera francesa y dedicada a una niña de cinco años, Margarita Debayle. Cada escolar debía aprenderse una estrofa y luego recitarla en la clase ante el escrutinio de la maestra y los demás compañeros.

Aprender de memoria es hacerlo, literalmente, de corazón. Al fin y al cabo, recordar es, etimológicamente, volver a pasar por el corazón. Sin embargo, recordar , incluso cuando se trata de cancioncitas aprendidas en la infancia, no es una actividad ociosa. En realidad, como apunta el neurocientífico Antonio Damasio, el sentido de la memoria, incluso en su dimensión biológica, no está en recordar el pasado sino en orientar la resolución de los problemas del futuro.

“Las princesas primoroaas/ se parecen mucho a ti:/ cortan lirios, cortan rosas,/ cortan astros. Son así. ” Sin memoria, nuestra vida sería muy limitada, como la de aquel paciente del propio Damasio, aquejado de una encefalitis, que tiene la memoria más fugaz conocida, pues no alcanza los 45 segundos. No puede meditar sobre su pasado ni planear su futuro, vive permanentemente en el presente. “Ya que lejos de mí vas a estar ,/ guarda, niña, un gentil pensamiento/ al que un día te quiso contar/ un cuento.” Esta función cerebral es la que nos permite unir conceptos, la inventora del lenguaje, la generadora de hipótesis; por ella podemos lamentarnos de nuestra muerte y planear o no nuestro futuro.

No se trata de reivindicar ahora la machadiana “melancolía de lluvia tras los cristales”. Lo aprendido en la infancia, ya sean canciones, juegos o imágenes, nos puede dejar ese poso de memoria que queda cuando luego se olvidan las cosas. “La princesit a está bella,/ pues ya tiene el prendedor/ en que lucen, con la estrella,/verso, perla, pluma y flor.” Al fin y al cabo, todos necesitamos también elementos que nos ayuden a formar y configurar nuestra futura nostalgia.

En una ocasión, mi profesor de Literatura me devolvió un coment ario de texto, con su correspondiente suspenso, y me dijo “Profundice, Rodríguez” . Me temo que siga sin profundizar en esto que llaman comentarios de texto y lo único que se me viene a la memoria son estas líneas de la canción de Rubén Darío sobre “una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita como tú. ”

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