Llegar tarde

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Siempre he tenido la preocupación de no llegar tarde a una cita. Posiblemente se trata de una herencia familiar, potenciada por mi estancia de muchos años en un internado, donde el código de conducta se regía por algo parecido a lo que hoy se pretende implantar con el carné de conducir por puntos. A mayor impuntualidad, más puntos pierdes, y si no te controlas, acabarás en la calle.

Esta pequeña tontería no cabe duda que puede marcarnos la forma de vivir, aunque intervienen muchos otros factores, fruto de las experiencias cotidianas o históricas; cuando no la temperatura, la humedad, o los éxitos o fracasos que se viven cada día.

Sea por las razones que fuere, está claro que nuestra profesión no siempre ha llegado puntual a la cita en muchas cuestiones. Sin embargo, no por ello hemos sido de los peores, sino que, por el contrario, algunos homónimos nos han mejorado en hacer las cosas peor.

Nuestras instituciones todavía tienen un cierto aire rancio, que se refleja en nuestras estructuras y forma de pensar. Nadie cuestiona que nuestros colegios disponen de locales excepcionales, medios técnicos y humanos de los más avanzados, una actividad frenética en la formación permanente, unas sensibilidades inmejorables en cuanto a los problemas técnicos y sociales que rodean a nuestra profesión. El éxito de nuestros profesionales se debe en gran parte, como suele ocurrir en casi todo, a cada uno de nosotros; en otra parte a nuestro diseño curricular formativo; y aunque sea en una mínima parte, a la defensa colegial de nuestros compañeros, entre otros factores.

Cuando me refiero a un cierto aire rancio, pienso en algunas variables, como, por ejemplo, en la de que en los colegios estamos demasiadas personas mayores. Reconozco que formar a un directivo de nuestra profesión, requiere experiencia y cierto conocimiento de lo que es un colegio. No es una tarea fácil, por eso a veces llegamos con demasiada madurez a desempeñar puestos de responsabilidad. En segundo lugar, se impone una permanente ebullición de ideas y conocimientos, para el desarrollo e innovación de iniciativas profesionales y colegiales. Tenemos que dar ejemplo de todo, y esto lleva consigo de que determinados responsables dediquen tiempo a estos menesteres. A mayor edad, tal vez más tiempo disponible. En la medida que profundicemos en estos asuntos, estaremos en condiciones de servir mejor a nuestros compañeros colegiales y a la sociedad que nos rodea. Hay que eliminar radicalmente el juego político con mayúsculas. El juego político es necesario, como lo es su carácter democrático, pero lo que no vale es utilizar los métodos y filosofía política que todos conocemos, y que definió muy bien en el siglo XVI el italiano Maquiavelo. La razón de ser de un colegio es, sobre todo, la ética, por encima de otras muchas cosas, y eso a veces se nos desvía erróneamente de nuestro horizonte.

“NO LLEGUEMOS TARDE. VAMOS A PREPARARNOS EN LOS COLEGIOS PARA EL FUTURO, QUE LLEGA EL MES QUE VIENE, Y NO NOS RECREEMOS EN LA AUTOCOMPLACENCIA Y EN LOS DESENCUENTROS”
“EMPECEMOS A TRABAJAR DESDE AHORA MISMO PARA DEMOSTRAR A NUESTRO ENTORNO QUE SOMOS AGENTES SOCIALES Y TAMBIÉN SOCIEDAD CIVIL”

Sin duda, tenemos que aprovechar mucho del estilo empresarial moderno, en permanente proactividad, algo que debería apasionarnos. Ni tenemos todo el pescado vendido, ni podemos morir de éxito todos los días. Menos aún en una época en la que se está cuestionando absolutamente todo, de cuyo juego no podremos escaparnos, por muy seguros que estemos de nosotros mismos.

No lleguemos tarde. Vamos a prepararnos en nuestros colegios para el futuro, que llega el mes que viene, y no nos recreemos en la autocomplacencia y en los estúpidos desencuentros, que a veces provocamos en el terreno de la lucha política y tribal que no nos corresponde, y que nos hace perder nuestros mejores momentos en la defensa profesional.

Como propuesta, me agrada decir que deberíamos incorporar rápidamente a nuestras Juntas de Gobierno de los colegios, al mayor número posible de mujeres. Son más comprometidas, más trabajadoras y, sobre todo, debemos darles la oportunidad de que demuestren que lo pueden hacer mejor que nosotros. La única decana de nuestros colegios es la de Valladolid, lo que indica que, entre las muchas compañeras, hay muy pocas todavía incorporadas a puestos de responsabilidad.

Debo acabar estas reflexiones señalando un nuevo objetivo, como corresponde a un aspirante empresarial: empecemos a trabajar ahora mismo para demostrar a nuestro entorno que somos agentes sociales y también sociedad civil. Seguramente encontraremos muchos obstáculos e incomprensiones, pero nadie puede arrebatarnos lo que es nuestro. Y así estaremos en el buen camino para evitar seguir llegando en estas áreas demasiado tarde.

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