La crisis

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“SI HACEMOS DEL DESARROLLO SOSTENIBLE UN MERO INSTRUMENTO DE LIMPIEZA Y RACIONALIZACIÓN DE LOS PROCESOS PRODUCTIVOS O DE CAMBIO DE LAS FUENTES ENERGÉTICAS, POR CITAR DOS REFERENTES FUNDAMENTALES, LOS RESULTADOS SON TÍMIDAMENTE ALENTADORES”

Dadas las circunstancias, cualquier cosa habrá podido pasar con la economía mundial durante los pocos días transcurridos entre la redacción y la publicación de esta crónica, aunque lo fundamental ya lo sabemos. El sistema económico, y en particular el sistema financiero de los Estados Unidos, con graves implicaciones en Europa (ya veremos en el resto del mundo), han saltado por los aires a velocidad de vértigo, sin que los dirigentes políticos y los supuestos analistas se hubieran percatado de la verdadera dimensión del problema que se nos venía encima. Si finalmente el origen de la crisis es el que dicen que es (las subprime o hipotecas basura de Estados Unidos), ya vemos en qué ha quedado eso que los expertos de medio pelo han llamado “economía sofisticada”. ¿Economía o delincuencia? Dejémoslo ahí por el momento.

El caso es que existen sobradas razones para pensar que este descalabro financiero va a tener incalculables consecuencias en las políticas ambientales de los países más desarrollados, donde por otra parte ya en los últimos años era claramente perceptible una inexplicable recesión. ¿Qué pasará a partir de ahora? Para empezar, en nuestro país se ha puesto en marcha una reconversión significativa de las administraciones ambientales. A la absorción del Ministerio de Medio Ambiente por el de Agricultura han seguido otras decisiones similares en el ámbito autonómico. La Comunidad de Madrid, por ejemplo, ha unificado Medio Ambiente, Ordenación del Territorio y Vivienda, mientras la de Castilla-La Mancha ha sustituido la Consejería de Medio Ambiente y Desarrollo Rural por otra denominada Consejería de Industria, Energía y Medio Ambiente. Habrá más iniciativas en este sentido, pues, por lo que parece, Medio Ambiente es susceptible de encajar en cualquier organigrama administrativo.

Por otra parte, el Gobierno de Rodríguez Zapatero, tan estúpidamente remiso a utilizar la palabra crisis, se ha comprometido a agilizar los expedientes de declaración de impacto ambiental para no entorpecer el programa de obras públicas. Teniendo en cuenta que este importante y difícil trámite nunca se ha llevado a cabo con excesivo rigor, ya podemos imaginar lo que nos espera en el futuro inmediato. Respecto a las políticas conservacionistas (espacios naturales, especies en peligro de extinción, etc.), bajo mínimos durante el mandato de Cristina Narbona, recientemente homenajeada en el Jardín Botánico de Madrid y elogiada como líder ambientalista mundial por la revista Time, quedan ahora en un lamentable estado de hibernación.

Algo parecido ocurre con los programas de energías renovables. El presidente Zapatero mantiene su preocupación por los efectos del cambio climático, pero los hechos apuntan en otra dirección. Si bien debe de reconocerse que las ayudas públicas al sector han dado lugar a situaciones indeseables de especulación o simplemente de corrupción (algunos casos hay en los tribunales), que el Ministerio de Industria haya fijado un tope de 300 megavatios solares, ampliables a 600, para los próximos meses, supone un jarro de agua fría para las expectativas más optimistas. El ambicioso objetivo de alcanzar con paneles solares los 13.000 megavatios que ya producen los parques eólicos va a prolongarse bastante más allá de esos 10 años que estimábamos los más entusiastas.

Pero aun siendo todo esto preocupante, lo fundamental es que afrontamos una nueva crisis, no sé si más o menos grave que la de 1929, con los mismos mimbres de siempre: reactivación de la construcción (¡después de todo lo ocurrido!), del consumo, de las obras públicas… Nadie propone, o al menos no se lee ni se ve ni se oye, un modelo alternativo. ¿Lo es el desarrollo sostenible? Desde hace tiempo sostengo que si hacemos del desarrollo sostenible un mero instrumento de limpieza y racionalización de los procesos productivos o de cambio de las fuentes energéticas, por citar dos referentes fundamentales, los resultados son tímidamente alentadores. Ahora bien, el desarrollo sostenible, como otra opción diferente de desarrollo, o de no desarrollo llegado el caso (el crecimiento cero del que hablaba el Club de Roma), que a lo peor ha llegado, no acaba de entenderse. Ni se entiende ni se quiere, porque en el fondo, cuando las cosas nos van razonablemente bien, casi nadie cuestiona el sistema. Lo decía Tony Blair el otro día en Madrid refiriéndose al cambio climático: “Si le decimos a la gente que deje el coche en casa y no viaje en avión no vamos a ganar esta batalla”.

Tras la crisis, dicen algunos, ya nada será igual. ¿De verdad? ¿Por cuánto tiempo? Es probable que el liberalismo más rabioso se tranquilice, que se admita un mayor protagonismo del Estado y que se establezcan sistemas de control para impedir los desmanes especulativos, pero que nadie espere cambios más profundos. En cuanto se nos pase el susto, más de lo mismo.

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