ISABEL MORANT

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Decía Virginia Woolf que en los libros de historia las mujeres no aparecían sino como fantasmas invisibles, a excepción de alguna dama principal. En el caso español, el eco de Isabel la Católica y Santa Teresa de Jesús es la anomalía de un pasado femenino marcado por un silencio sempiterno. Fantasmas invisibles cuya presencia se intuye pero de los que ni siquiera recordamos los nombres. Isabel Morant (Almoines, Valencia, 1947) y más de 100 historiadoras e historiadores han buscado el rastro de todas las mujeres que han hollado la península y las antiguas colonias americanas, y han contado su historia en una obra monumental con una voluntad casi enciclopédica: Historia de las mujeres en España y América Latina (Cátedra). Casi 4.000 páginas en las que «hemos dado visibilidad a las mujeres y las hemos buscado con nombres y apellidos para ver lo que hicieron».

“LA CONTRIBUCIÓN DE LA MUJER HA SIDO FUNDAMENTAL EN TODOS LOS SISTEMAS ECONÓMICOS”

Profesora de Historia Moderna de la Universidad de Valencia y directora de la obra Historia de las mujeres en España y América Latina

Su trabajo aborda la historia de las mujeres desde la prehistoria hasta el siglo XX. ¿Cómo empieza esa crónica? Es una pregunta muy difícil. Ten en cuenta que de los primeros tiempos de la Humanidad se sabe poco. Tenemos restos óseos y materiales, pero se sabe poquísimo. De la diferencia entre hombres y mujeres en la prehistoria sabemos muy poco. Por lo tanto, poco se tendría que haber dicho, y, en cambio, se ha dicho mucho. Por ejemplo, ahí están esas imágenes de la mujer primitiva como una mujer ya sometida al hombre.

Eva como un subproducto de Adán. Sí, los mitos. Todas la religiones han dado su versión sobre el origen de la Humanidad, y en casi todas esas explicaciones se establecía la inferioridad de la mujer como un hecho natural derivado de una voluntad divina original que servía para sancionar su estado de sumisión. Es curioso ver cuánto se ha escrito sobre una época de la que en realidad sabemos tan poco. Pero no sólo las religiones han contribuido a construir el mito de la inferioridad natural e innata de las mujeres; algunos científicos también han puesto su granito de arena.

Diga nombres, no se corte. Pues Charles Darwin, sin ir más lejos.

Vaya, uno de los grandes azotes de la Iglesia, precisamente. Precisamente, sí. Al contrario de lo que se podía esperar de unas ideas tan revolucionarias, las teorías de Darwin sobre los orígenes humanos corroboraron las palabras del Génesis. Darwin defendió que la caza, llevada a cabo exclusivamente por los varones, era tan difícil y compleja y obligaba a tanta coordinación y entendimiento, que provocó el desarrollo de la inteligencia del varón, mientras que las mujeres, esperando pasivas la llegada de los hombres con los alimentos, no contribuyeron en nada a ese desarrollo. O sea, que Darwin basa su explicación de la inferioridad psíquica y física de la mujer en el valor de la caza como actividad económica originaria. Pero ¿y si la caza no fue la principal fuente de alimento para las primeras comunidades humanas?

A menos carne, más vegetales y frutos. Algunos autores, basándose en la observación de las sociedades primitivas existentes, han propuesto cambiar el paradigma del hombre cazador por el de la mujer recolectora, relegando la caza a un papel marginal y destacando la contribución de las hembras a la subsistencia mediante la recolección. Esto, unido a la hipótesis del carroñeo, mina la tradicional interpretación o explicación del inicio de la humanidad. El problema es que la recolección no deja evidencias, ya que los vegetales no fosilizan como los huesos. Puede que esa diferencia nos haya llevado a sobreestimar la importancia de la caza simplemente por la mayor cantidad de huesos de animales asociados a asentamientos humanos que han llegado hasta nosotros.

O sea, que Darwin se limita a cambiar a Dios por la Naturaleza como origen de una inferioridad femenina que da por indiscutible. Tal vez Darwin era sólo hijo de su tiempo. Sí, porque Darwin podría haber pensado que en los orígenes de la humanidad fue importantísima la capacidad de crear y de conservar los hijos. Y, en cambio no, dijo que lo importante era la caza y la fuerza física. Lo que te quiero decir es que hay como una idea preestablecida a partir de Darwin: el progreso viene de la mano del hombre cazador. Y dices, oye, ¿y el progreso no podía venir de la mano de las mujeres paridoras? Los tiempos prehistóricos han sido los más inventados, pero tal vez nunca sepamos la verdad.

En cualquier caso, fuera como fuera ese origen, lo que está claro es que hubo un momento en que el hombre comenzó a dominar a la mujer. Sí, en el libro situamos ese momento a finales del Neolítico. La sociedad patriarcal nacería con el desarrollo de la agricultura. Pero nuestro objetivo no ha sido poner una fecha al inicio de la dominación masculina ni indagar sus causas. Fuera cuando fuera, fue el inicio de un juego de poder: uno dominó al otro. Lo que nos interesa es ver cómo la sociedad va haciendo de eso un hecho. Ese dominio tiene muchos episodios en la historia; yo te puedo contar varios.

Cuente. Bueno, muchos de esos episodios son los que nos han movido a rescatar del olvido a tantas y tantas mujeres. Era muchas veces muy evidente que determinadas mujeres que habían actuado políticamente o que habían tenido alguna relevancia como científicas no aparecieran en los libros de historia, y esto molestaba bastante. Entre mis trabajos he hecho una biografía de la primera mujer que tradujo a Newton en Francia en el siglo XVIII. Pues cuando ella empezó a trabajar sobre Newton y escribió un libro sobre física, estamos hablando de 1741, encuentra que no creen que ella haya escrito ese libro. Hay gente en su entorno social que le niega la capacidad a una mujer para comprender cosas tan complicadas como podían ser las ideas de Newton y, además, en latín. Y Voltaire, que es su amigo y amante, tiene que salir en su defensa y decir: “Madame du Châtelet me ha enseñado la física de Newton a mí”.

Queda claro que sobre el papel y oficialmente las mujeres no han sido las protagonistas de la historia. Imagino que encontrar su rastro en las fuentes habrá sido difícil. Nuestras preguntas no eran las habituales y, por tanto, las fuentes tampoco lo eran. La palabra de las mujeres resulta difícil de rastrear en los documentos ordinarios de los historiadores. A menudo hemos tenido que leer entre líneas en escritos, cartas y en tantos pequeños documentos referentes a los asuntos aparentemente irrelevantes de la vida privada. Pero también hemos acudido a las fuentes oficiales. A mí me llamaron la atención las cartas de mujeres que pedían ser admitidas en las sociedades económicas de amigos del país, mujeres que trataban de formar parte de una sociedad que perseguía la difusión de las nuevas ideas para el progreso económico. Evidentemente, se les negó el ingreso.

Progreso económico. Suena como si las mujeres quisieran apuntarse al desarrollo de la sociedad capitalista. En lo que podríamos decir la producción de la economía familiar y doméstica, que al fin y al cabo es la base de los sistemas económicos sobre todo en el pasado, las mujeres fueron fundamentales. Y eso lo sabían las gentes de la época, lo sabían los moralistas, por ejemplo. Luis Vives, cuando habla del matrimonio en La educación de la mujer cristiana, mira lo que dice: “A marido pobre conviene una mujer que le acarree un modesto bienestar o un oficio con que defender la vida”. O sea, un hombre pobre necesita las aportaciones materiales de una mujer; un hombre menos pobre necesitaría las aportaciones espirituales. De todo eso no sabíamos nada.

Hablando de fuentes, sorprende que las mujeres sean protagonistas en la literatura, pero no en la historia, ¿por qué? La mujer aparece en la literatura porque ésta construye mitos, como el de Eva o el de María. Las mujeres siempre representan algo: la moral, las costumbres, la sentimentalidad, la abnegación. Son mitos. Pero no sólo en la literatura de creación; en la literatura moral, en la literatura educativa hablar de las mujeres es casi una obsesión. ¿Por qué? ¿Por qué están en toda esa literatura? Están porque esa literatura pretende referir lo que deben ser las mujeres, el espacio de las mujeres; nos está diciendo mucho sobre el ideario de aquellos hombres respecto de las mujeres y, en cambio, los historiadores no se habían fijado. La literatura está llena de mujeres, pero en la historia, que habla de la realidad, ahí no aparecen. En el imaginario de los historiadores funciona la idea de la escisión entre masculino y femenino, entre público y privado. Nosotras hemos roto con el enfoque dicotómico que ve la masculinidad y la feminidad como compartimentos estancos.

Porque, según explican en el libro, las mujeres, aunque han sido víctimas del poder, también han sabido utilizarlo para sí. Sí, esta historia no es una historia victimista. El poder se descubre también en las mujeres, las cuales no fueron siempre las víctimas inocentes de unos hombre siempre culpables. La acción del poder es compleja. Las mujeres, ciertamente, lo sufren, pero también lo utilizan a su favor cuando pueden desde los espacios que les son más propios: en el matrimonio, en la familia o en determinados ámbitos religiosos o políticos, en conflicto más o menos abierto con los hombres.

¿Una válvula de escape? Sin duda. Sin esos sistemas compensatorios probablemente las mujeres se hubieran rebelado mucho más. Las mujeres de la realeza, la nobleza o la aristocracia manejaron más los hilos del poder, aunque sólo fuera de manera oficiosa como madres o esposas de emperadores o reyes. De las demás, muchas se apoyaron en la lectura, la escritura y el contacto con el mundo cultural. Madame du Châtelet decía: “El saber me compensa de otras exclusiones”.

Pero no todas se conformaron con eso. No, algunas eran muy conscientes de lo injusto de su situación. Volviendo a las sociedades económicas de amigos del país, una ilustrada española, Josefa Amar, justifica así la negativa de los hombres a admitirlas: “Los hombres instruidos y civiles no nos han dado las mismas oportunidades de ser educadas y se atribuyen un saber que sólo tienen porque han tenido más oportunidades”. Y a continuación dice: “Como el mandar es gustoso han hecho una reserva de la Sociedad Económica de Amigos del País”. O sea, que ella lo tiene claro.

4.000 páginas de libro. Desde esta mirada tan completa al pasado de la mujer, ¿cómo ve la situación actual? Yo la veo muy bien. A partir de los años 30 con algún retroceso después de la Segunda Guerra Mundial, y aquí con el franquismo, las cosas empezaron a cambiar y cada vez fueron más contestadas las limitaciones puestas a las mujeres, empezando por la educación. Yo creo que la primera limitación que cae es la de la educación; la educación igualitaria, el que las mujeres puedan ir a la Universidad, que sea obligatoria la escuela para las niñas, que las materias sean las mismas… eso fue una gran revolución, y eso hasta entrados los 20 no empezó a ponerse en práctica, y aquí en España lo acabamos de tener después de la muerte de Franco. La coeducación es un fenómeno moderno.

Empezando por la educación y acabando por… Luego está el otro tema que está de absoluta actualidad, que es la pari-dad política. Eso también ha corrido mucho desde las primeras elecciones en donde había una o dos mujeres hasta ahora que ya hay un gobierno paritario.

¿No es una medida artificiosa? No, lo valoro positivamente. Es la única manera de que se llegue a un equilibrio y a una igualdad. La igualdad no viene caída del cielo. La igualdad debería haber sido natural. Si hubiera sido natural no harían falta políticas de acción positiva, porque de manera natural, si las mujeres no son más tontas que los hombres y en la Universidad ya están estudiando por igual o más, ¿cómo explicas que en los niveles altos de la universidad haya más hombres que mujeres? Porque ha habido discriminación, porque no son más tontas.

Eso no cambia la mentalidad de las personas. Podemos dejar que la mentalidad cambie naturalmente y puede cambiar dentro de 200 años o puede no cambiar porque los que están en mejor posición se pueden resistir, y los hombres han de reconocer que algunos se resisten, no les gusta que les quiten los puestos. Entonces, ¿a qué vienen todas estas leyes de acción positiva? Vienen a deshacer los entuertos del pasado. Una vez hayamos limpiado esos restos y ya no sea necesario que apoyemos a nadie porque las cosas ya están normalizadas, pues se acabó.

Pongamos un fin a esta historia de las mujeres. El profesor de genética humana del Instituto de Medicina Molecular de la Universidad de Oxford Bryan Sykes propone en su libro La maldición de Adán la extinción del sexo masculino. Para Sykes, el espectacular aumento de la infertilidad masculina pondrá al cromosoma Y al borde de la extinción, y el avance de la medicina molecular permitirá prescindir de los hombres para completar el ciclo de la reproducción de la especie. ¿Qué le parece? ¿Se escribirá el futuro en femenino? Eso sería una barbaridad. Eso sería como cuando un obispo decide que una mujer no puede ser sacerdote. Eso es un acto de discriminación. Si ahora hiciéramos actos políticos contra los hombres, estaríamos haciendo lo mismo. Un acto científico es un acto político. Cuando Darwin establece su teoría, está estableciendo una teoría contra las mujeres. Esa teoría no contribuyó al progreso de las mujeres. La ciencia también hace política. En el futuro yo veo que eso no ocurrirá. Y a mí, que soy una feminista convencida, me parece que eso sería una barbaridad.

MUY PERSONAL

Hoy me ha citado a las ocho de la tarde. ¿Siempre suele trabajar hasta tan tarde? Trabajo hasta tardísimo, y los sábados y los domingos. Porque esta empresa de renovar la Historia y de hacer historias menos habituales y, además, no sólo de hacerlas sino de difundirlas y darlas a conocer, me lleva muchísimo trabajo.

¿Qué es para usted España? Un concierto político, una entidad política. Lo de las identidades me da un poco de miedo, porque como historiadora he comprendido que tanto insistir en la identidad femenina y en la masculina nos ha llevado a dos sexos muy separados y en conflicto muchas veces. Prefiero que la gente no se apasione tanto por sus identidades y, en cambio, sí se apasione por construir pactos de entendimiento.

Un hombre al que admire y una mujer a la que no. Voltaire. Maravilloso. Fue capaz de captar con mucha precisión cuáles eran los problemas de las sociedades del Antiguo Régimen. Además, tenía una mirada muy respetuosa e igualitaria respecto a las mujeres.

¿Y la mujer? Quizá, más que una mujer en concreto, me molestan las mujeres que utilizan demasiado la queja y que soportan de una manera un tanto masoquista la dominación. Tampoco me gustan las que no son solidarias con las otras mujeres.

¿Qué es para usted la buena vida? La vida libre y feliz. La vida en la que se coincide bastante entre los deseos y las posibilidades.

Todas sus estancias como investigadora han sido en Francia. ¿Por qué ese país y no otro? Porque admiro su cultura en el XVIII, porque me di cuenta de que en ese siglo los españoles más progresistas y más partidarios de las reformas miraban mucho hacia la Ilustración francesa. Sabían que por allá estaba viniendo algo; eran muy europeos en ese sentido. Yo soy muy europeísta, y mi deseo de Europa fue acercarme a Francia.

¿En su casa tiene la sensación de una igualdad plena? Yo me casé con mi marido por varias razones, pero una era porque sabía que era un hombre que siempre me potenciaría y nunca me cortaría. Mi padre también fue así.

¿Con qué mujer que aparezca en esta obra se identifica más? Con algunas escritoras del XVIII que traducen y que escriben novela. No con una en particular, pero con ese oficio de escribir, con querer tener un espacio en el mundo, querer intervenir y hasta ganar algún dinero.

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