Entre el conocimiento y la ciencia

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La divulgación ambiental no se realiza en los medios de comunicación españoles en las mejores condiciones posibles, aunque la presencia creciente de los científicos explicando directamente su trabajo o a través del propio periodista compensa en parte esas deficiencias. El informador especializado en medio ambiente es un bien cada vez más escaso por razones económicas y por las dificultades intrínsecas de esta difícil tarea.

Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua que divulgar es “publicar, extender, poner al alcance del público una cosa”. Nada más. No hace la RAE consideraciones sobre el estilo o el lenguaje que debiera utilizar el divulgador, si bien se sobrentiende que la sencillez y la claridad son cualidades indispensables para llegar a ese público que, de nuevo sobrentendemos, es amplio y no especializado en aquello que se divulga. Puesto que hasta la fecha no se ha inventado nada tan eficaz para “extender” cualquier mensaje como los medios de comunicación, la divulgación no libresca participa de lleno en el proceso informativo. En definitiva, la información también es divulgación porque, más allá de los matices, en uno y otro caso utilizamos códigos similares.

La dura realidad

Dicho lo cual, podemos preguntarnos si es lo mismo informar o divulgar acerca de un acontecimiento político que de un hallazgo científico o de un problema ambiental. Desde un punto de vista me ramente técnico o formal, ya digo, no existen grandes diferencias, aunque en la práctica sepamos que las dificultades narrativas para comprender y contar las declaraciones de un político, el descubrimiento del código genético de una especie o los avatares del cambio climático no son las mismas, y menos aún lo son si tenemos en cuenta que en no pocas ocasiones los informadores/divulgadores son intercambiables. El periodista todoterreno frente al especialista.

Las redacciones de los principales medios de comunicación suelen estar organizadas por áreas o secciones bastante definidas: Política o Nacional, Internacional, Cultura, Deportes… y el batiburrillo o cajón de sastre de Sociedad que atiende a una multitud de frentes informativos, desde el suceso clásico al fenómeno de la violencia doméstica, la inmigración, la sanidad, la educación y, por supuesto, las cuestiones científicas y ambientales. Si te nemos en cuenta que, incluso en los llamados medios de referencia, el número de profesionales integrados en esta sección no supera la decena, ya me dirán si no es preciso el desdoblamiento y más todavía.

Si a ello añadimos que la categoría laboral de becario se ha generalizado y cronificado con absoluto descaro, es evidente que la divulgación científica o ambiental no se realiza en las mejores condiciones posibles, aunque bien es cierto que la presencia creciente de los científicos en los medios de comunicación explicando directamente su trabajo o a través del propio periodista (“cuéntamelo de manera sencilla para que lo entienda la gente”, solemos decir disimulando nuestra propia ignorancia) compensa en parte esas deficiencias. A pesar de todo, no siempre están justificadas las críticas que desde la pedante suficiencia científica se lanzan contra los medios. Muchos investigadores aspiran a la gloria mediática (el currículo y la vanidad), pero no acaban de asumir que la divulgación tiene también algo de vulgarización y que sus trascendentales asuntos son igual de susceptibles que cualesquiera otros de convertirse en mero titular. En fin, que toda una vida no vale más que un titular.

Salvo muy contadas excepciones, el informador especializado en ciencia o medio ambiente, que no es lo mismo que el experto que escribe u opina puntualmente sobre ello, es un bien cada vez más escaso por razones económicas y por las dificultades intrínsecas de esta difícil tarea. Porque hablamos de especialistas en ciencia, sí, pero ¿en qué parte de la ciencia? Lo mismo cabe preguntarse en relación con los asuntos ambientales. ¿Debe manejar el especialista las claves del cambio climático, de los alimentos transgénicos y de la energía nuclear? En realidad, serían necesarios no uno sino varios informadores sobre estas materias tan complejas, pero no ocurre así y es bastante frecuente que una misma persona (una sola) abarque la actualidad científica, la ambiental y hasta la sanitaria. Las nuevas posibilidades de acceso a la profesión periodística que se han abierto en estos últimos años han llevado a las redacciones a mucha gente procedente de otras disciplinas (Biología, Ciencias Ambientales, etc.) que podrían modificar el panorama para bien a corto plazo, pero tampoco descartemos que los biólogos prefieran la información política o económica donde suele haber mayores expectativas profesionales.

Lo científico y lo ambiental

Al margen de cómo se organicen las redacciones, existe un territorio común entre la información científica y la ambiental. En la práctica cotidiana, sin embargo, las diferencias superan los ma tices. Enumeremos algunas:
1. La información científica se interpreta habitualmente en clave de avance, mientras que la información ambiental insiste en los retrocesos, en problemas e impactos negativos que casi siempre parecen irresolubles. Lo ciencia invita al optimismo y lo ambiental al pesimismo.
2. La información científica refleja la actividad de un colectivo que el ciudadano medio considera inaccesible, pero con la información ambiental nos sentimos concernidos porque tiene mucho que ver con nuestra vida cotidiana.
3. Por sus vinculaciones con las ONG (una fuente de noticias) y el mundo alternativo en general, la información ambiental nunca ha tenido la aureola de prestigio de la que ha gozado la científica; más bien al contrario, ha sufrido el descrédito por hacerse eco de cuestiones que final-mente han acabado por ser ciertas. ¿O es que ya hemos olvidado las diatribas contra los alarmistas que hace nada alertaban sobre los efectos de ese cambio climático que ahora todos dan por cierto?
4. El periodista científico es un profesional más o menos aséptico. Al periodista ambiental se le suponen compromisos e implicaciones con los contenidos que difunde.
5. El periodismo científico apela a la inteligencia y al conocimiento; por el contrario, el periodismo ambiental apela a los sentimientos y a las conciencias.
6. Al periodista científico se le exige fundamentalmente rigor, mientras el periodista ambiental debe añadir un plus de pedagogía social para modificar las conductas.
7. Precisamente por lo anterior, existe un rechazo más generalizado de lo que las encuestas reflejan hacia la información ambiental cuyos contenidos nos alar-man y hasta nos paralizan.
8. Aunque la información científica también plantea con frecuencia futuros inquietantes, sólo la información ambiental merece el descalificativo de catastrofista.
9. La información científica propone soluciones allí donde la ambiental sólo plantea problemas. O sea, lo ambiental nos condena y la ciencia nos salva.

Podría seguir, pero me resisto a completar un decálogo.

Esto es lo que hay

Sin entrar en demasiados detalles, podemos afirmar que tanto la información/ divulgación científica como la ambiental se han normalizado en los medios de co municación generalistas a lo largo de estos años, aunque no hayan superado del todo las dificultades para asumir las servidumbres de la actualidad. Desde siempre se ha considerado que este tipo de contenidos son más propios de suplementos en los periódicos o de programas especiales en la radio y la televisión, pero el objetivo prioritario de la mayor parte de los profesionales que nos dedicamos a tales menesteres ha sido el de competir precisamente en el mundo de la actualidad, el día a día. Crónica contra crónica. Titular contra titular.

Bienvenidos sean los suplementos y los programas especializados, por supues to, entre otras razones porque permiten ampliar y explicar (divulgar) asuntos muy complejos más allá de ese minuto y pocos segundos que duran las crónicas radiofónicas y televisivas (otra cosa son los periódicos), pero la experiencia demuestra que los verdaderos impactos de una noticia se producen cuando aparece en los espacios informativos convencionales, aunque sea en esquina perdida o en el último minuto, y nunca en esos programas especiales que, incluso en los medios públicos (para qué hablar del resto), son relegados a horas imposibles porque, reconozcámoslo, las audiencias no responden. Ni siquiera lo hacen ya con los documentales de la siesta que siguen ofreciendo La 2 y los canales digitales. En La 2 acaba de cumplir su décimo aniversario “El escarabajo verde” y no consta que en momento alguno haya disparado las audiencias, a pesar de su constante calidad. Algo parecido podría decir de mi experiencia en Radio Nacional de España a lo largo de veinte años.

Resulta curioso en este contexto que, por primera vez en la historia, los cuatro periódicos de ámbito nacional que quedan en Madrid (El País, El Mundo, ABC y La Razón) coincidan con la publicación de un suplemento ambiental de periodicidad semanal (mensual en el caso de El País). ¿Por qué ahora? ¿Responden al efecto Al Gore y su cruzada contra el cambio climático? Cabe sospecharlo, puesto que no existen otras razones objetivas que justifiquen tal dispendio, como no sea la desaparición o la supervivencia agónica de las revistas del gremio. Recordémoslo una vez más: salvo la breve etapa de gloria que conoció Natura en los ochenta del pasado siglo, ninguna otra publicación especializada en cuestiones ambientales, ni siquiera las de bichos y paisajes, tan bellas y coloridas, ha conseguido un éxito razonable.

En el mejor momento

Dicen que Internet supuso el remate, pero también sufren sus efectos los periódicos y el resto de medios. En fin, tampoco vamos a lamentarlo. Bienvenidos sean estos suplementos que más podrían responder a un creciente mercado ambiental con campañas publicitarias de infarto. El caso de Acciona es seguido con apasionamiento en muchos países. No es para menos, pues ¿cuántos cientos de millones de euros está dispuesta a gastarse esta empresa para contarnos sus desvelos ecológicos? Los teóricos siguen debatiendo la filosofía y la praxis de la sostenibilidad, pero Acciona ya lo tienen claro y se gastan cifras de asombro para explicarnos de qué va con un simple eslogan.

Aunque la aparición de Internet, en fin, nos obligue a cuestionar los viejos canales de información y divulgación, todavía no ha logrado superarlos en cuanto a la generación de impactos. Existen fenómenos llamativos puntuales respecto a su capacidad como distribuidor de contenidos e incluso como agitador social, pero todavía queda mucho camino por recorrer. Medir el interés real por estos asuntos es difícil, pero baste observar el fenómeno social y mediático en torno al cambio climático para concluir que la divulgación ambiental algo ha conseguido. Estamos seguramente en el mejor momento.

LO QUE EL VULVO NO VE

Permítaseme que saque a relucir aquí uno de mis libros titulado Dos siglos de periodismo ambiental (Caja de Ahorros del Mediterráneo 2001) con el que me propuse rastrear en periódicos y revistas los orígenes del periodismo y de la divulgación ambiental desde mediados del siglo XVIII hasta los años setenta del pasado siglo. Entonces como ahora, lo científico y lo ambiental iban de la mano.

Por supuesto, en la historia del periodismo tienen más rancia prosapia las publicaciones científicas (boletines y revistas) que las ambientalistas, pero fijémonos que Anales de Historia Natural (1799), Anales de la Real Sociedad de Historia Natural (1872) y el Butlletí de la Institució Catalana d´Història Natural (1901) son tres de las cabeceras más emblemáticas y que todas ellas tienen la Naturaleza (con mayúscula) como protagonista principal. En la primera escribió el botánico Cavanilles: “Admira la multitud de vegetales descubiertos; pero mucho más su fábrica interior, sus varias for-mas, y modo de propagarse. La delicadeza y diferentes funciones de cada parte de los órganos sexuales; la transmisión del polvo fecundante a largas distancias por medio de los insectos y del aire; la irritabilidad y movimientos extraordinarios en las hojas, flores, estambres y otras partes sorprende y llama la atención de un filósofo, excitando en él ideas sublimes del Creador supremo (…)”.

Cavanilles titula este artículo “Lo que el vulgo no ve”. O sea, lo que la gente no sabe y él divulga acerca de la naturaleza. Habría otros muchos ejemplos. Del conocimiento científico de la naturaleza surgen casi de manera simultánea las ideas y las acciones para su cuidado y defensa que aparecen ya en los primeros boletines de las sociedades montañeras y excursionistas, un claro antecedente del periodismo conservacionista: El Butlletí (1891), Boletín de la Sociedad Española de Excursiones (1893), Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones (1903), Peñalara (1913), Los Amigos del Campo (1915), Alpina (1918), Aire Libre (1923), etc.

Lo que hoy llamamos conciencia ambiental nació hace ya siglos de la preocupación por el deterioro de los bosques y tie-ne su expresión más directa en publicaciones como el Boletín de la Sociedad Protectora de los Animales y las Plantas (1872), Crónica de la Fiesta del Árbol en España (1902) o La España Forestal (1915). En El Bien del País (1845) ya introducía Narciso Fages el concepto de generaciones venideras que tanto utilizamos ahora cuando expresa su preocupación porque “los venideros acusen a la edad presente por el egoísmo de haber aprovechado lo que dejaron otros, sin tener la virtud de reemplazarlos para bien de los tiempos futuros”.

Tampoco está ausente esta conciencia, ampliada con sorprendentes consideraciones sobre la fauna, en las revistas cinegéticas: “La Caza” (1865), “La Ilustración Venatoria” (1878), “Revista Cinegética Ilustrada” (1923), “Pesca y Caza” (1934), etc. En “La Ilustración Venatoria” firma V. C. un artículo, fechado en 1878, sobre la preocupante disminución de la caza: “De algún tiempo a esta parte no se deja de lamentar la disminución de la caza; pero es verdad que apenas se to-ma nadie el trabajo de penetrar en el fondo de las cosas, creyendo de buena fe en la existencia de animales dañinos, incompatibles con nuestra civilización y el adelantamiento que hoy día alcanza la agricultura (…) La verdadera causa de su destrucción es preciso buscarla en otra parte, en aquellos que violan la ley que reglamenta el ejercicio del derecho: en el cazador furtivo”.

Terminemos, en fin, este breve recorrido con Ibérica (1913), una de las revistas científicas de mayor prestigio en la que abundan referencias a las energías renovables. En el número dos publica un artículo sobre “las ruedas eólicas para la producción de electricidad” y en el siguiente insiste: “Hace años se hicieron en Barcelona tentativas para utilizar con fines industriales la fuerza desarrollada por el oleaje del mar (…)”.

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