¡EN, EPI y PAN!

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No, no son nombres de personajes de cuentos o historias infantiles, aunque se asemejen y pueda parecerlo; tampoco es una historia o relato bucólico o cómico, más bien lo contrario, ¡trágico!

Aunque también es cierto que visto cómo se lo han tomado los pequeños, si es hasta posible considerarlo una historia. Historia, sí historia, porque el vocablo puede definirse como de hechos pasados o antiguos en el tiempo que aparenta o parece que ya no pueden afectarnos.

Sí, recuerdo aquellos dos personajes infantiles, mejor dicho para los pequeños, Epi y Blas, que en la década de los 80 apaciguaban a nuestros pequeños, pues no se les oía; Bert y Ernie en origen de EE.UU., Beto y Enrique en Hispanoamérica, unos personajes de espuma y trapo (títeres), creados por Don Sahlin en la década de los 70, creo que de una idea de Jim Henson, ambos de origen norteamericano, aunque a España llegaron a través de Alemania.

Los recuerdo porque deleitaban a mis hijos, a mí me parecían feos y una “chorrada”, aunque evidentemente no tenían el objeto de que gustaran a los padres sino más bien a los hijos precisamente. Y viene al hilo de lo que seguidamente voy a exponer.

Pues bien, dejando aparte los títeres que nos asombraban de “nanos”, hoy en la actualidad presente igualmente nos hemos visto sorprendidos por unos microscópicos seres que como títeres están deambulando por todo nuestro mundo, sin que hayamos podido, desde hace meses, conseguir recluirlos en la “caja mágica” de la televisión.

Igual que los “chicos” entonces, hoy estamos atónitos sin saber qué hacer y nos vemos incapaces y perplejos ante la continua y general evolución de su avance en los cinco continentes de estos En, Epi y Pan, que son los prefijos utilizados con el sufijo demia, procedente del griego dem, literalmente pueblo, pero que en español se utiliza en el campo médico para identificar enfermedades del pueblo; sintiéndonos ineptos e inermes para contener su vertiginoso progreso.

Evidentemente, si le anteponemos los prefijos del título obtenemos las expresiones: endemia, define una enfermedad en un área concreta; epidemia, la enfermedad atañe un amplio territorio de población; la pandemia, precisa que la enfermedad aqueja de forma global a un gran número de países. Y de él se deriva el sufijo démico, que nos es más conocido por los adjetivos endémico, epidémico y pandémico, más reconocibles y utilizados habitualmente.

Recordemos, mis apreciados amigos lectores ahora, porque recordar es bueno aun sin perdonar, sin remontarnos más allá del siglo V, y de atrás hacia adelante, para fijarnos en hechos conocidos sucedidos en la Alta Edad Media (siglos V al X), inestabilidad social, y en la Baja Edad Media (entre XI y XV), feudalismo, Renacimiento, descubrimiento de América; que son temas estos del actual 2º de ESO, conviene recordarlo.

Caído el Imperio Romano de Occidente (el 476 d.C.), se inicia la llamada Alta Edad Media, tres imperios se disputan el poder: el Imperio Bizantino (siglos V al VIII), heredero del Imperio Romano de Oriente, en el Mediterráneo Oriental; el Imperio Islámico (siglos VII al XV), en la Península Ibérica, norte de África y Oriente Medio; y el Imperio Carolingio (siglos VIII y IX), en la Europa Central.

Y hago la cita de dichos tres Imperios porque sus ansias de expansión y poder, así como sus conquistas, fueron motivo de un movimiento muy considerable de ejércitos y personas en amplios espacios territoriales, lo que condujo a otras situaciones generales, que hoy solemos llamar “daños colaterales”.

Evidentemente me refiero a los daños que aquellos movimientos de gran cantidad de personas para la época produjeron en los pueblos que llegaron, conquistaron o asolaron, como los hunos, con Atila (siglo V), o los mongoles y su caudillo Gengis Kan (siglo XIII).

La peste antonina o plaga de Galeno, médico que la descubrió en el siglo II d.C., como conocido antecedente histórico, fue una viruela-sarampión que llegó con la tropa al regreso de las guerras de Mesopotamia, afectando a todo el Imperio Romano, que ocupaba entonces todo el Mediterráneo. Dicen los historiadores de la época que duró casi 30 años y se estima que murieron 5 millones de ciudadanos romanos, es considerada la primera pandemia documentada.

La plaga de Justiniano (siglo VI), fue una peste (bubónica), que afectó al Imperio Bizantino (del Imperio Romano de Oriente), que puede considerarse como pandemia por el amplio territorio de desarrollo y la cantidad de muertes que causó (más de 25 millones).

Pero esas guerras generalizadas en amplias épocas de la historia de la humanidad, desarrollaron otros “daños colaterales”, enfermedades, endemias, epidemias, etc., propagadas sobre todo en aquellas épocas de la Antigüedad y la Edad Media en las que las razas y grupos étnicos eran muy cerrados y, en consecuencia, indefensos ante agentes clínicos y patógenos externos que las tropas y los conquistadores, invasores o guerreros, traían de sus tierras de origen.

En el siglo XIV, la llamada peste negra, con origen en la India, llegó a Europa donde causó estragos, perdiendo la vida 25 millones de personas, aunque pudo ser peor y afectar hasta el 60% de la población.

Como ejemplo claro de movimientos de masas (entendido proporcional a la población mundial en la época) son las originadas con las Cruzadas (siglos XI al XIII y hasta el XV) a Tierra Santa, con idas a Oriente Medio y vueltas años después de las huestes de caballeros de las Órdenes Militares, entre ellas Templarios, Hospitalarios y del Santo Sepulcro; o aquí en España con la Reconquista de los territorios tomados por los musulmanes, las Órdenes de Santiago, Alcántara, Calatrava (las tres del siglo XII) y la de Montesa (en el siglo XIV).

La peste bubónica o peste negra, con tres pandemias: la primera, la plaga de Justiniano, recurrente en puertos del mediterráneo (siglo VI hasta mitad VIII); la segunda, en Europa con rebrotes (siglo XIV hasta XVII); y la tercera, desde China (finales del XIX a mitad del XX) que mató a 12 millones de personas en todo el mundo.

Otra endemia, que fue pandémica desde tiempos remotos, es la viruela, que ya se conocía en Egipto en los siglos XV a XI a.C. como enfermedad asesina de la época; y a principios del siglo XVI, la viruela llegó a la América colombina con los conquistadores asolando a sus pueblos indígenas por falta de defensas naturales contra la enfermedad, desconocida entonces de América; diversos historiadores atribuyen a la viruela la caída de los imperios Azteca e Inca.

Algo más cercana en el tiempo, a principios del siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial, una gripe llamada la dama española, Spanish Lady por los ingleses (debido a que entonces España, neutral en la Primera o Gran Guerra, sí publicaba los casos, cosa que no hicieron el resto de países, ocultando las muertes habidas por esta pandemia, con lo que el “caso cero” fue documentado en España, de ahí el nombre), dejó sin vida en Europa a entre 30 y 40 millones de personas.

Pero el hombre tiene mecanismos de defensa naturales que le permiten crear anticuerpos propios, para lograr combatir esas enfermedades y epidemias advenidas; es, sin lugar a duda alguna, lo que ha logrado la evolución genética del hombre, junto con los grandes avances de la medicina, a través de las vacunas, en los últimos tiempos.

Probablemente he ido demasiado a la historia, aunque mi intención no era tal, pero puede servirnos ello porque el ejemplo de aquellos caballeros medievales que defendían sus ideales religiosos con la espada cuando era preciso, también los hubo entre los musulmanes, debe servirnos de ejemplo y guía en nuestro mundo actual.

Pero ¿eran los Jinetes del Apocalipsis tres?, ¿o eran cuatro?, y últimamente nos ha aparecido el cuarto con prefijo info que con el sufijo demia, objeto del presente, pasa a conformar el vocablo infodemia, de amplia y correcta utilización, que expresa la existencia de exceso de información en demasía sobre algún hecho, situación, o problema, de justa y perfecta aplicación en la situación actual.

Infomedia que hoy está teniendo gran difusión en los medios, quizás porque siguen tratando de magnificar o encumbrar o agrandar hechos, pues así logran vender más prensa roja, entendida por los relatos de “sangre”, narrando las calamidades, penurias, etc., del hombre y la humanidad.

Narraciones sin confirmar ni dar pruebas, que sólo son inexactitudes e incertezas bajo la apariencia de verdad, que distorsionan la realidad consiguiendo lograr confundir y pueden llegar hasta situaciones de peligroso riesgo.

Cuando era pequeño, a esta pléyade se los llamaba charlatanes, embaucadores y mentirosos. Hoy parece que tengamos miedo a utilizar estas palabras de nuestra rica lengua española, que los califican e identifican de forma clara y determinante; “vendedores de humo” a los que sólo importa su interés, que no quieren ver más allá de sus sucias narices infectas de odio y rencor.

Espero fervientemente que las difíciles situaciones nos ayuden a cambiar los modos y formas de vida en beneficio de todos; cierto y seguro que las experiencias vividas y por vivir nos encaminarán hacia el razonamiento.

Y también, servirnos de ejemplo para tratar de lograr entre todos con la razón y la reflexión un mundo mejor, no sólo para unos cuantos sino para todos, como se decía de la mujer del Cæsar, ser honrada y parecerlo.

Saquemos de todos estos nefastos y catastróficos hechos que estamos viendo, y sobre todo viviendo hoy, consecuencias y soluciones para el corto tiempo próximo que, al menos, nos permitan poder afrontar las situaciones que puedan devenir en el futuro, si se presentan aun sin desearlas, con la experiencia vivida en esta pandemia actual, la clínica pero también la deshumanización acontecida, analizando las conclusiones y actuaciones que queremos y las que no queremos se repitan en futuras iguales o parecidas situaciones.

Fuentes: Red Internet, Fundéu BBVA, Libertad Digital, News Medical y Nueva Tribuna.


Luis Francisco Pascual Piñeiro es Perito Industrial e Ingeniero Técnico Industrial.

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