Donde la lucidez

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“LA LUCIDEZ ES UN DON Y ES UN CASTIGO. ESTÁ TODO EN LA PALABRA: LÚCIDO VIENE DE LUCIFER, EL ARCÁNGEL REBELDE, EL DEMONIO… PERO TAMBIÉN SE LLAMA LUCIFER EL LUCERO DEL ALBA, LA PRIMERA ESTRELLA”

Tomar prestadas frases de textos puede parecer un recurso fácil, pero un pasaje de la película Lugares comunes del director argentino Adolfo Aristaráin justifica trasladar aquí una digresión de su protagonista, un profesor de literatura retirado a la fuerza, que establece una fascinante relación etimológica entre luz, lúcido y Lucifer: “La lucidez es un don y es un castigo. Está todo en la palabra: lúcido viene de Lucifer, el Arcángel rebelde, el Demonio… Pero también se llama Lucifer el Lucero del Alba, la primera estrella, la más brillante, la última en pagarse… Lúcido viene de Lucifer y Lucifer viene de Lux y de Ferous, que quiere decir ‘el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior’… El bien y el mal, todo junto. El placer y el dolor. La lucidez es dolor, y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez. El silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años. En esto se fue la bella alegría animal. Pizarnik genial”. Hasta aquí la cita de Adolfo Aristarain, en Martin (Hache); Lugares comunes; Roma (Ediciones Ocho y Medio, 2004, p. 239). Parte de esta reflexión pertenece a su vez a la escritora argentina Alejandra Pizarnik, autora de Los trabajos y las noches.

A partir de esta afirmación sobre el origen de la palabra “lucidez”, es necesario recurrir a los diccionarios. Quizás a veces vale la pena creer en etimologías ficticias. ¿Cuántas veces no hemos especulado (erróneamente) sobre el origen de una palabra? El filólogo Joan Corominas narra la historia de esta palabra en su Diccionario etimológico. Empecemos por Lucifer un compuesto formado por el latín “lucífer” y “ferre” (llevar), cuyo duplicado Lucifer ya fue aceptado por la academia en 1817 y Luzbel en 1884. No podemos obviar su significado bíblico y mitológico. Lucifer es un ser mitológico judeocristiano. El término proviene del latín lux (‘luz’) y fero (‘llevar’, ‘portador de luz’). En la mitología romana, Lucifer es el equivalente griego de Fósforo o Eósforo, ‘el portador de la Aurora’. Este concepto se mantuvo en la antigua astrología romana en la noción de la stella matutina (el lucero del alba) contrapuesto a la stella vespertina o el véspere (el lucero de la tarde o véspero), nombres éstos que remitían al planeta Venus, que según la época del año se puede ver cerca del horizonte antes del amanecer o después del atardecer.

No obstante, a parte del sentido grecolatino del término, Lucifer ya era identificado por la tradición veterotestamentaria con una estrella caída y, por añadidura, con un ángel. Un texto del profeta Isaías (Is 14.12-14) que en principio habla de un rey no creyente en el dios hebreo Yahveh, podría estar contando el antiguo mito del ángel caído. Otro texto del profeta Ezequiel (Ez 28.12-19) podría también explicar esa leyenda. Según mitos hebreos no bíblicos (es decir, que no pertenecen al corpus de la Biblia propiamente dicha), Lucifer o Luzbel era un querubín que por soberbia se rebeló contra Dios y fue expulsado del cielo por el Arcángel Miguel como castigo. A pesar de que el judaísmo consideraba a Lucifer y a Satanás como dos entidades separadas, el cristianismo fundió ambos conceptos para identificarlos, sin más, con el Diablo (Apocalipsis 12.9).

Volvamos al principio: lucidez, luz y Lucifer. En uno de sus significados más usuales, se dice que una persona es “lúcida” por “su inteligencia, sus ideas, sus explicaciones, etcétera, muy claro o capaz de discurrir con extraordinaria claridad” (María Moliner, Diccionario del uso del español). Sin duda una cualidad indispensable en la ciencia, en toda investigación científica. No deja de ser un lugar común. La ciencia necesita de la lucidez para ver con claridad como será el futuro, y la matemática, la física y la química serán algunos de sus instrumentos. Seguramente debemos a los más lúcidos nuestros avances científicos, a los llamados “lumbreras”, voz también procedente de luz: “Persona que brilla por su inteligencia y conocimientos excepcionales” (Diccionario de la Lengua Española de la RAE). La ciencia necesita a los lúcidos, su visión global y detallista al mismo tiempo. Los lúcidos nos ayudan a descubrir los mecanismos ocultos, a revelarnos los motivos y las causas. Partir de la necesidad de esta cualidad en el campo científico es obvio, pero a veces se debe vindicar por qué un mal uso o un uso cansino de algunas palabras nos lleva a olvidar el sentido original de un término. Indagar en la historia de la palabra lucidez nos permite acercarnos a la lucidez de las palabras. Y hasta imaginar incluso una “teoría de la lucidez” que nos despejara ese camino conjunto, no siempre viable o con suficiente entendimiento, de las ciencias y las humanidades.

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