Cultivos orgánicos pero mortales

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Una bacteria, la Escherichia coli, colonizó los medios de comunicación durante la pasada primavera, por las decenas de muertes que ha causado en Alemania. Además de los fallecidos y de los miles de afectados, ha protagonizado también el desmoronamiento de una fama, la de la eficacia germana, por la desorientación que mostraron sus dirigentes para enfrentar la crisis, la tardanza en encontrar el foco de la infección y el lanzamiento por parte de algunas autoridades de acusaciones sin fundamento que afectaron gravemente, como bien se sabe, a las exportaciones agrícolas españolas al continente europeo.

Pese a los estragos que ha protagonizado, este minúsculo bacilo continúa siendo el mejor amigo de los humanos y de los mamíferos en general, por encima incluso del perro, ya que sin su concurso tendríamos problemas para digerir la comida y podríamos morir de desnutrición. Y es que no solo somos heterótrofos, como todos los animales, es decir, incapaces de sintetizar los nutrientes que necesitamos a partir de sustancias minerales, aire y sol, como hacen las plantas, sino que tampoco sabemos degradar por nosotros mismos el alimento que ingerimos para utilizar dichos nutrientes. Los encargados de hacer ese trabajo son los microorganismos que forman la flora intestinal, entre los cuales el dominante es la Eschechiria coli, que se encuentra por billones, con b, en nuestro intestino, superando incluso el número de células propias del organismo. No es extraño pues que esté presente en las heces de los mamíferos, y este es un dato sustancial para analizar lo ocurrido en Alemania.

La supuesta crisis de los pepinos andaluces se transformó, perezosamente, en la crisis de los brotes de soja sajones. Y las consecuencias han sido bien aireadas: protestas por las pérdidas ocasionadas debido a la falsa alarma, compensaciones por parte de Bruselas, demandas por insuficiencia de las ayudas… Pero parece haber pasado como de puntillas un aspecto nada banal del asunto,

«BASTA LA EVOCACIÓN A LO ALTERNATIVO O A LO ECOLÓGICO PARA QUE SUMISAMENTE LOS FIELES ACEPTEN COMO VERDADES LO QUE MUCHAS VECES NO SON MÁS QUE PREJUICIOS O HIPÓTESIS POCO CONTRASTADAS»

como el hecho de que la granja causante del episodio, situada en la localidad de Bienenbüttel, en la Baja Sajonia, se dedique al cultivo orgánico o biológico, tan alabado por algunos por no utilizar productos químicos sanitarios. En este tipo de agricultura, de creciente aceptación por parte de los consumidores germanos, la fertilización del suelo se suele realizar con abonos naturales generados por compostaje de materia orgánica residual, entre la que se encuentra, obviamente, la procedente de los animales de la propia explotación.

Los brotes, de soja y de otras plantas, son el producto de la germinación de las semillas, proceso que para obtener una buena cosecha debe realizarse en condiciones ambientales de alta temperatura y humedad, que son también ideales para la multiplicación de bacterias. Son, además, productos que se consumen con frecuencia en crudo, formando parte de ensaladas y acompañamientos de otros platos. La combinación de uso de restos orgánicos de ani-males, no utilización de productos químicos desinfectantes, ambiente húmedo y cálido y consumo en fresco explican que brotes infecciosos como este, aunque menos virulentos, se produzcan con relativa pero creciente frecuencia en países donde los productos de la agricultura biológica copan buena parte del mercado, como Alemania.

No significa eso que haya que criminalizar este tipo de agricultura, ni se puede extraer la conclusión de que los cultivos que utilizan plaguicidas y fertilizantes industriales son inocuos. Ambas prácticas muestran ventajas e inconvenientes y ambas responden a demandas específicas de grandes grupos sociales, pero conviene recordar de vez en cuando que nada es blanco o negro, que todo es gris, un gris más o menos oscuro o claro, pero gris. Y conviene recordarlo porque se suelen dar por evidentes las bondades de los cultivos orgánicos, enfatizados por el apelativo ecológicos con el que coloquialmente se describen. También hay aquí un pensamiento único bien implantado en amplios sectores de la sociedad, en el que basta la evocación a lo alternativo o a lo ecológico para que sumisamente los fieles acepten como verdades lo que muchas veces no son más que prejuicios o hipótesis poco contrastadas.

Numerosos estudios han puesto de manifiesto que la creciente presencia en el ambiente de sustancias químicas ha hecho que ingiramos muchas de ellas con los alimentos y que algunas se acumulen en nuestro cuerpo. De algunas se conocen sus efectos tóxicos o perjudiciales para la salud, de otras se sospechan y de muchas más se ignoran por completo. Es prudente tratar de limitar su consumo y apoyar la investigación sobre las consecuencias de su uso, como la que se realiza en el marco de la iniciativa europea REACH, pero en la mayor parte de los casos es difícil predecir su influencia en la salud pública. Sus efectos, salvo excepciones, son más probabilísticos que deterministas, y se dejarán sentir a largo plazo, o quizá no; pero los efectos de una deficiente desinfección por no emplear los apropiados medios químicos disponibles, por una mera postura ideológica, son tan inmediatos, y a veces tan fulminantes, como los que se han producido en Alemania.

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