Copenhague

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¿Qué más se podría decir o escribir, que no se haya dicho o escrito ya, acerca de la fallida Cumbre sobre el Cambio Climático que se celebró el pasado mes de diciembre en Copenhague ante un espectacular despliegue mediático? Para empezar, cabe destacar dos aspectos positivos. El primero es que, pase lo que pase en esta o en otras cumbres del futuro, la dinámica contra los efectos de este fenómeno global es imparable. Estoy seguro de que, a pesar de la cobardía marrullera exhibida en este foro, Obama pondrá en marcha medidas correctoras importantes en su país. Otra cosa es que los esfuerzos realizados hasta el momento sean insuficientes. Lo que está claro, en cualquier caso, es que son muy irregulares. Y el segundo aspecto es que, una vez más, la Unión Europea ha ejercido de vanguardia ecológica mundial, por mucho que los ecologistas insistan en que ese liderazgo debería ser más incisivo.

Pero, sin duda alguna, el hecho más relevante de la cumbre es que los países emergentes (Brasil e India especialmente) se han cambiado de bando, amañando con Estados Unidos y China unas conclusiones que a nadie han dejado satisfecho. En Copenhague han caído todas las máscaras y se han puesto en evidencia, una vez más, algunos errores de planteamiento que no debemos silenciar por muy políticamente incorrectos que nos parezcan.

«EN COPENHAGUE HAN CAÍDO TODAS LAS MÁSCARAS Y SE HAN PUESTO EN EVIDENCIA, UNA VEZ MÁS, ALGUNOS ERRORES DE PLANTEAMIENTO QUE NO DEBEMOS SILENCIAR POR MUY POLÍTICAMENTE INCORRECTOS QUE NOS PAREZCAN»

En todas las cumbres celebradas hasta la fecha se han conformado cuatro grupos fundamentales: la Unión Europea como principal impulsora de todos los avances, el resto de países industrializados que casi siempre han tratado de boicotearlos, los países productores de petr?leo que van a lo suyo y, finalmente, los países en desarrollo que sólo se preocupan de conseguir dinero de los más ricos, como si el asunto no fuera con ellos, olvidándose de que su papel de víctimas (unos más que otros) no justifica la ausencia de políticas razonables que, según las posibilidades de cada uno, deberían de poner en práctica.

Porque, de hecho, esos cuatro grandes grupos se resumen en dos: los países m?s industrializados (los malos), que, en efecto, son los principales responsables del problema, y el resto (los buenos o las víctimas), que demandan medidas y ayudas de los primeros.

Sin embargo, desde 1990, cuando comienzan las primeras reuniones del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) han cambiado muchas cosas, sobre todo en el bando de los buenos, en el que se encontraban China que ya contamina más que EEUU , India que va por el mismo camino y Brasil que está a punto de convertirse en potencia mundial.

Todos exigen el derecho al desarrollo que nadie puede negarles, faltaría más, pero ello no quiere decir que, amparándose en los errores y desmanes de los procesos industrializadores de Occidente, debamos justificar ahora cualquier barbaridad que se les ocurra, aun por encima de nuestro sentimiento de culpabilidad. ¿Caben algunos matices? Probablemente sí.

La industrialización de Occidente fue un proceso mucho más lento en el tiempo (más de dos siglos) y sobre todo muy desigual (véanse, por ejemplo, las diferencias entre Gran Bretaña y España). Por otro lado, no hubo constancia durante ese largo periodo de las certezas que ahora tenemos sobre los riesgos del cambio climático, aunque sí de otros problemas ecológicos que, con mayor o menor fortuna, tratamos de paliar. Además, disponemos ahora de nuevas tecnologías que permiten alcanzar metas similares con daños menores, si bien no están al alcance de todos, pero tampoco ser´a descabellado exigir algunos esfuerzos en ese sentido a países en desarrollo que lanzan cohetes al espacio y tienen arsenales atómicos. De todos modos, es evidente que antes que la entrega de fondos directos a países con gobiernos corruptos (?tantos, por desgracia!), las ayudas de los más ricos a los más pobres deberán encauzarse fundamentalmente en la transferencia de tecnologías limpias en las mejores condiciones posibles.

Las responsabilidades sobre los efectos del cambio climático deben ser proporcionales, por supuesto, pero nadie puede quedar exento de ellas. Nadie. No vale acudir a los errores del pasado para justificar los actuales. Un crimen nunca justifica otro crimen. Estamos en un momento histórico diferente y tenemos urgencias que nos conciernen a todos. Y no estaría de más, por cierto, que países con el poderío de China e India tuvieran un papel más activo y solidario en la resolución de algunos asuntos. En relación con el cambio climático, lo más urgente es echar una mano a esos pequeños países que ya casi están a punto de desaparecer inundados por el agua. Con ellos sí hay que volcarse sin pedir demasiadas explicaciones.

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