Ciudad y ciudadanía

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Decía Julio Cortázar que un puente es una persona cruzando un puente. Una ciudad es, sobre todo, gente en la calle. Lo primero que vemos de una ciudad son las calles y las plazas, y luego los espacios privados. Lo expresaba hace años Josep Pla: “De las ciudades, lo que más me gusta son las calles, las plazas, la gente que pasa ante mí y que probablemente no veré nunca más, la aventura breve y maravillosa como un fuego de virutas, los restaurantes, los cafés y las librerías. En una palabra: todo lo que es dispersión, juego intuitivo, fantasía y realidad”. Nos encontramos entonces ante una red jerarquizada de espacios públicos que nos permiten desplazarnos de un lado para otro, además de realizar un sinfín de actividades, de relacionarnos, aprender, amar y, en suma, vivir. En la ciudad todo lo hacemos colectivamente.

Esto es así porque la ciudad está llena de gente heterogénea, diversa. Aristóteles defendía en su libro La Política que la ciudad debe estar compuesta por diferentes clases de personas, pues no existiría la ciudad si la gente se pareciese mucho. Las ciudades son también los lugares de las oportunidades de trabajo, de promoción y de relación social. En la ciudad conseguimos el éxito o el fracaso. A las ciudades, sobre todo las grandes urbes, acuden todos los días gentes de diversos lugares a “ganarse la vida”. Los aeropuertos y estaciones bullen siempre de una multitud abigarrada que llega en espera de su oportunidad.

La ciudad es también lugar donde está el poder político, donde se expresan los grupos de poder, los dominadores y los dominados, los marginados. La ciudad es el escenario donde la sociedad puede expresar sus conflictos, bien sea a través de manifestaciones públicas, huelgas, mítines, o de simples intrigas y conspiraciones. La ciudad es ante todo la polis, el lugar donde se sitúa y se ejerce la política. La cultura está íntimamente ligada a la ciudad a través, sobre todo de las universidades, los museos, las fundaciones, las galerías o simplemente de la prensa, fenómeno urbano por excelencia. La ciudad nos muestra también su pasado en sus monumentos y en su trazado. Nos recuerda lo que fuimos y lo que podremos ser, porque es al mismo tiempo permanencia y cambio. La ciudad es un fenómeno vivo que siempre está cambiando, para bien o para mal.

No siempre los cambios son para bien. Precisamente en los últimos 30 años se está imponiendo, también en España, un modelo de ciudad que proviene de EE UU en el que predomina el terreno desordenado, las acumulaciones comerciales fuera de la ciudad, los núcleos dormitorios sin calles ni tiendas. Además se percibe la ciudad como un lugar inseguro, peligroso, axfisiante, del que hay que huir como sea. Los centros históricos se deterioran y menudean los espacios privados (urbanizaciones, centros comerciales y de ocio). Los ciudadanos se van convirtiendo en consumidores y la ciudad en oferta inmobiliaria. La obra del urbanista Jordi Borja El espacio público: ciudad y ciudadanía, escrita con Zaida Muxí, y publicada por Electa en la colección Espacio Público, nos habla de todo esto y de mucho más: la agorafobia urbana, el deterioro de la ciudad, la pérdida de espacios públicos en beneficio de los privados… Para reflexionar como ciudadanos.

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