Antón Costas Comesaña

0 465

“Los ingenieros técnicos son una pieza esencial para el futuro industrial del país”

Es difícil encontrar un foro en el que se ana-lice la situación económica actual, de forma rigurosa, sin que aparezca la opinión del ingeniero técnico industrial y catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona Antón Costas. Quizá sea por la claridad y sencillez con la que expone sus ideas y pensamientos; con orden y sin per-der de vista la sucesión de los hechos que van aconteciendo en la vida. Una continuidad natural que, como él dice, fue la que le llevó a realizar los estudios de ingeniero técnico industrial tras comenzar a trabajar en una fábrica naval de su Vigo natal para poder costearse el bachillerato. De esta profesión opina que ha sido históricamente y seguirá siendo en el futuro una pieza esencial en el desarrollo industrial de nuestro país. Y preguntado sobre la crisis, afirma serenamente que ha de servir para fortalecer comportamientos más eficientes, un pensamiento que desgrana a lo largo de su último libro, La torre de la arrogancia. Políticas y mercados después de la tormenta.

Rastreando sobre su vida he podido leer que a los 14 años comenzó a trabajar como aprendiz de taller, mientras estudiaba Bachillerato por libre. ¿Cómo recuerda aquellos años? ¿Fueron tiempos difíciles?

Fueron tiempos educativos más que difíciles, lo recuerdo casi con agrado, porque, en definitiva, fueron los años más importantes de mi formación como persona. Aunque es cierto que esto solo lo ves con el paso de los años.

Conocido como prestigioso economista es usted, además, ingeniero técnico industrial ¿qué le llevó a realizar estos estudios?

Era la continuidad natural con el hecho de estar trabajando en una empresa industrial, que construía barcos y máquinas de coser; era la continuidad natural de estar trabajando en una industria y de haber acabado el bachillerato. También influyó el hecho de que la escuela de Peritos Industriales de Vigo, como antes se llamaban, era el único centro universitario en Vigo que había en aquel momento y que me permitía compatibilizar el trabajo en la fábrica con los estudios en la escuela. En este sentido, tengo que agradecer a muchas personas de la empresa que me diesen todas las facilidades para poder hacer las dos cosas.

“NO COMPARTO LA IDEA DE QUE LAS ACTUALES GENERACIONES ESTÉN PEOR FORMADAS O TENGAN MENORES INTERESES QUE LAS NUESTRAS; EN TODO CASO, ME PARECE TODO LO CONTRARIO”

¿Cómo valora la aportación de sus cole-gas, los ingenieros técnicos industriales, a la economía de nuestro país y cuál piensa que es el papel que han de desempeñar en estos momentos?

Creo que la historia industrial de España en los años cincuenta, sesenta y setenta está muy vinculada a los titulados de estas escuelas, es decir, a los antiguos peritos industriales, hoy ingenieros técnicos. Son algo así como los tenientes y los capitanes dentro de un ejército, aquellos cuadros intermedios que dan eficacia operativa a una organización industrial. Y creo que seguirán siendo una pieza esencial para el futuro industrial de nuestro país.

Su tesis doctoral estuvo dirigida por dos profesores de lujo, Fabián Estapé y Ernest Lluch. Desde el punto de vista humano y profesional ¿qué le aportaron y qué destacaría de cada uno de ellos?

El legado intelectual que me han transmitido, en el sentido de exigencia y de rigor en lo que haces, escribes o dices, de independencia intelectual, sin dejar condicionarte por opiniones de otros o por intereses, y en tercer lugar atreverse a hacer preguntas difíciles y relevantes para la resolución de los problemas humanos. El lema de ambos era la máxima kantiana de Sapere aude (atrévete a pensar). Ese fue el lema que Ernest Lluch, siendo rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, colocó en su escudo.

Su trabajo como catedrático en la Universidad de Barcelona le permite estar en contacto con los jóvenes estudiantes. A través de esta convivencia ¿podría decirnos si aprecia semejanzas y diferencias con el universitario que usted fue?

No comparto la idea de que las actuales generaciones estén peor formadas o tengan menores intereses del que tenían las nuestras; en todo caso, me parece todo lo contrario, creo que están mejor formadas, en términos generales, como generaciones, y en muchísimos casos con visiones más amplias de las que en muchos casos tenían generaciones anteriores.

A pesar de la que está cayendo, ¿no cree que la juventud en particular y la sociedad en general muestran poco interés por implicarse en los asuntos públicos?

No. Sí es cierto que las sociedades tienen etapas en las que se interesan más por el logro de objetivos que tienen que ver con los intereses generales o el bien común, seguidas de otras etapas en las que se observa una cierta decantación hacia la búsqueda del interés privado, relegando los objetivos de interés general. Esta dinámica cíclica de las sociedades occidentales ha sido muy bien analizada por el economista Albert Hirschman y comparto esta visión. Desde esta perspectiva es posible que las dos últimas generaciones respondan más a esa etapa de la búsqueda del interés privado. Pero creo que estamos entrando en un cambio de ciclo en el que veremos fuertes movimientos sociales defendiendo la búsqueda del interés general o del bien común. Creo que, por ejemplo, el movimiento del 15-M, es una señal en este sentido.

Aprovechando el vínculo profesional que mantiene con Endesa, me gustaría pedirle su opinión sobre la política energética de nuestro país. ¿Cree que se ha realizado una auténtica apuesta tecnológica público-privada para desarrollar las renovables o que, por el contrario, es un sector que no se está sabiendo explotar?

Mire, allá por los años setenta, en el primer Gobierno democrático de Adolfo Suárez, se publicó una ley sobre fincas manifiestamente mejorables. Pues bien, a la política energética se le podría aplicar el mismo título. Es una política manifiestamente mejorable, que tiene que evitar hacer de las renovables la nueva burbuja que venga a sustituir a la inmobiliaria que hemos pasado.

En esta entrevista me habría gustado evitar la palabra crisis. ¿Puede hablarnos del momento económico por el que pasa nuestro país sin nombrar a la bicha?

En muchas ocasiones evitar hablar de la realidad no es una buena actitud. Porque si lo evitamos no sabremos responder adecuadamente a esa realidad. Las crisis forman parte del ADN de la economía capitalista. En este sentido, el capitalismo es maniaco depresivo, pero esta constatación nos debe permitir tener la confianza de que después de la depresión viene de nuevo una etapa de expansión. Como ya hemos vivido algunas crisis anteriores, creo que se puede decir que en peores plazas hemos toreado, aunque en este caso la faena es larga.

¿Es de los que opina que es posible salir reforzados de momentos como este y que esta lección nos tiene que servir para construir un mundo mejor?

Decía mi abuela que lo que no mata engorda, y esto es lo que nos debería pasar con la crisis, que nos haga salir más fuertes. De la misma forma que no veo motivos para desear una enfermedad, tampoco veo motivos para desear una crisis económica, pero una vez que ocurre creo que hay que saber aprovecharla para corregir conductas inadecuadas y fortalecer comportamientos más eficientes. Por experiencia sabemos que cuando las cosas son difíciles, la calidad de respuesta a nuestros problemas mejora y eso es lo que deberíamos hacer ahora, como mejorar la productividad de nuestra economía.

El pasado año publicó junto a Xosé Carlos Arias el libro La torre de la arrogancia. Políticas y mercados después de la tormenta. ¿Podría desgranarnos el contenido de esta obra y decirnos quiénes se sitúan en lo alto de esa altanera torre?

El libro busca dar respuesta a dos grandes cuestiones. La primera es explicar una crisis que por inesperada pareció caída del cielo. Nuestra respuesta es que, en gran parte, fue el resultado de la arrogancia de gran parte de todos nosotros: de los economistas, que ya creíamos saber cómo manejar una economía para que nunca más volviese a tener ciclos; de los bancos centrales y Gobiernos que pensaban lo mismo; de los bancos de inversión, que creían saber mejor que nadie donde invertir los recursos, y también de una gran parte de ciudadanos que creían que era posible endeudarse indefinidamente sin tener que devolver en algún momento los préstamos. Pero, sin duda, en lo alto de la torre hay que situar a los financieros y a los propios economistas, al menos a una gran parte de ellos.

Austeridad, recortes, ajustes… ¿Son la solución a nuestros problemas?

Son una parte de la solución, pero no son la solución. La solución está en conseguir, a la vez, desendeudarse y crecer; sin crecimiento no se pueden pagar las deudas. Sin crecimiento, la austeridad empeora los problemas, no los soluciona.

Y, por último, y como miembro de la Universidad, ¿cree que la I+D+i está bien canalizada y que se le da la importancia que merece?

Hasta hace dos décadas, la I+D+i o, en sentido más general la innovación, no era una gran preocupación en España ni para las empresas, ni para los Gobiernos, ni para la Universidad. Afortunadamente, las cosas han cambiado en los últimos tiempos. Ahora se trata de caminar juntos, buscando un conocimiento útil. Es decir, se trata de poner a trabajar en común los buenos centros de investigación que ya tenemos en España en beneficio de un tejido empresarial que es relativamente bueno, pero necesita fortalecerse para competir mejor en una economía globalizada.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.