Umbral, mortal y rosa

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El 28 de agosto moría en una clínica madrileña Francisco Umbral. Lo hacía discretamente, él que nunca fue un hombre discreto. Con su desaparición, la literatura española pierde a uno de sus más grandes renovadores de los últimos años. Admirado y despreciado a partes iguales, Umbral ha sido un escritor de una pieza. Desde su llegada a Madrid, en 1960, aquella noche “que llegó al Café Gijón” , este trabajador infatigable fue creando una extensa y compleja obra como articulist a y escritor , al mismo tiempo que su propio “personaje literario”, un dandi de izquierdas, canalla y cínico. Sus gafas de pasta, su bufanda blanca de friolero empedernido, su fuerte personalidad (¡“he venido a hablar de mi libro!”) y una voz profunda, le hicieron muy conocido entre el público.

Nació el 11 de mayo de 1932 en Madrid como Francisco Pérez Martínez, aunque pasó su infancia y adolescencia en Valladolid. Una infancia difícil marcaría para siempre su dolorida sensibilidad. Allí comenzó su pasión por la lectura, el centro de su vida, y de la que aprendió de forma autodidacta. Sólo pisó un centro de enseñanza desde los 10 a los 11 años. Entonces le echaron y nunca más volvió. Dio sus primeros pasos como periodista en 1958 en El Norte de Castilla, dirigido por Miguel Delibes. Tras un breve paso por una emisora de León, ciudad en la que no pasó inadvertido, llegó a Madrid a principios de los sesenta y empezó a colaborar en La Estafeta Literaria y Mundo Hispánico . Después también colaboró con El País, Diario 16 y El Mundo. Entre sus más de 80 libros publicados, destacan La noche que llegué al Café Gijón (1977) y Trilogía de Madrid (1984).

Como articulista era un agitador , provocador y peleón, duro y cínico, con un estilo original, brillante y atrevido. Hizo de la columna todo un género literario, siguiendo la estela de su maestro César González Ruano. Cada página de Umbral tiene su propio sello característico. Para Umbral el estilo es el escritor , y su estilo está lleno de metáforas deslumbrantes y neologismos imposibles, en una pros a culta y cheli, al mismo tiempo, llena de referencias intelectuales. Su biografía es su propia obra literaria, esencialmente memorialística y autobiográfica, y con grandes dosis de narcisismo. Umbral desconfiaba de la novela. “ Amo los géneros literarios por donde corre el tiempo real, vivo, lozano: memorias, diarios íntimos, crónica periodística. El tiempo de la novela es un tiempo falso, convencional, pasado, del que dispone el autor como de un capit al, mezquinamente”. Para Umbral la propia literatura genera sus propios contenidos, o como él mismo afirmaba, “se escribe muc ho mejor cuando no hay nada que decir” .

Al decir de los críticos, Mortal y rosa pasa por ser la mejor obra de Umbral. Es un libro doloroso, íntimo, que escribió a poco de fallecer su hijo, de apenas cinco años. “Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido” . Al final, Umbral, ese ser de lejanías y ocultaciones, descansará para siempre junto a su hijo Pincho, y su vieja Olivetti, en la que escribía sus libros y sus artículos, se quedará muda para siempre.

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