Tempus

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Cuando a uno le aprieta el reloj biológico en la fecha de su cumpleaños no puede sino preguntarse por su sentido. Pasa un año y aún quedan muchas cosas por hacer y muchos libros por leer. El concepto filosófico de “tiempo” tiene un sentido profundo en la tradición griega: Aristóteles había definido el tiempo como “el número”, que ahora se entendería como "la variable" del movimiento, según el antes y el después. Este filósofo griego entendía el movimiento como cambio o transformación, no un cambio del lugar de un objeto, sino cambio de cualquiera de sus cualidades.

Si está definición no nos sirve siempre, podemos recurrir a las explicaciones lógicas de la ciencia o a las divagaciones de los sabios como Michel de Montaigne1, quien declaró: “No puedo aceptar la manera que usamos para establecer la duración de nuestra vida”. Éste escritor decidió retirarse a los 38 años: creyó que ya tenía edad para retirarse. Los criterios eran, claro está, muy diferentes a los actuales. Montaigne estaba cansado de las obligaciones de la vida pública, la política y los negocios. Recibió de la herencia de su padre una casa y se instaló en ella con su mujer, sus hijos y su madre.

EL OBJETIVO DE CIENTÍFICOS Y PENSADORES QUIZÁS NO SEA LOGRAR UN CONOCIMIENTO ABSTRACTO DEL TIEMPO, SINO APRENDER A VIVIR MEJOR Y A MORIR

Sobre las virtudes de su retiro, Montaigne escribió en el episodio XX de sus célebres ensayos, De cómo filosofar es aprender a morir: “Dice Cicerón que filosofar no es si-no prepararse a morir; y esto es porque el estudio y la contemplación separan algo nuestra alma de nosotros y ocúpanla aparte del cuerpo, lo que supone en cierto modo, aprendizaje y parecido con la muerte, o bien, porque toda la sabiduría y el discernimiento del mundo se reduce al fin a este punto, a enseñarnos a no temer morir”2 .

El conocido escritor vienés Stefan Zweig, escribió Montaigne al final de su vida, en 1942, poco antes de su suicidio y huir a Estados Unidos de una Europa tenebrosa. Se trata de un breve y brillante relato, aunque inacabado a causa de su muerte. En la situación tan difícil en que se encontraba, Zweig buscó respuestas en la obra del escritor francés y justifica esta elección por la atracción hacia el valor de la libertad individual y por la curiosidad que transmitía la obra. Zweig ahonda en la personalidad y obra de Montaigne y detalla anécdotas como el grabado en latín que colocó en la pared de la biblioteca donde recordaba su voluntad de retiro y consagración a la “libertad, a su tranquilidad y sus ocios”3. Montaigne decidió, sobre todo, tomarse el tiempo para leer libros de su gran biblioteca y tomar anotaciones a las lecturas. Así nacieron los Essais. ¿Cuántos libros esperan a ser leídos en mejor ocasión con el pa-so del tiempo?

Pero la ciencia nos salvó de la gravedad del paso del tiempo con la teoría de la relatividad de Albert Einstein cuando afirmó que todo el movimiento del universo es relativo, porque en el espacio remoto no hay nada contra lo cual se pueda medir. El famoso científico aseguró que la velocidad de la luz, 300.000 km por segundo, es siempre la misma respecto al observador, independientemente del movimiento de este, invariable. La invariancia de la velocidad de la luz parece contradecir toda experiencia. Según los estudios precedentes, si la velocidad de la luz es de 300.000 km por segundo, al correr tras una señal luminosa, esta debería tener una velocidad menor. Sin embargo, según Einstein, no importa cómo se mueva un sistema de referencia, pues la velocidad de la luz medida en él será siempre de 300.000 kilómetros por segundo. La velocidad de la luz en el vacío es una constante fundamental de la naturaleza, independiente de quién la mida. Sin duda, es una velocidad extremadamente elevada en comparación con nuestra experiencia cotidiana. La ciencia con Einstein postuló que no existe un tiempo absoluto, ni un espacio absoluto.

La literatura del yo

Volvamos al principio: el objetivo de ambos, científicos y pensadores, quizás no sea lograr un conocimiento abstracto del tiempo, sino el deseo de aprender a vivir mejor y a morir. Sarah Bakewell en Cómo vivir o una vida con Montaigne: en una pregunta y veinte intentos 4 define la obra de Montaigne como la voluntad de “escribir acerca de uno mismo para crear un espejo en el que otras personas reconozcan su propia humanidad”. Con sus ensayos, Montaigne inauguró la literatura del yo, a medio camino entre ensayo y las reflexiones personales, un espacio para la reflexión individual que no tenía cabida en los géneros existentes.

Mientras, nuestra percepción del tiempo parece invariable: luchamos contra su presencia escribiendo libros o textos para futuros lectores, cultivando árboles o negándonos de cualquier manera a que su existencia marchite nuestras hojas como el otoño. Sigamos, pues, a los filósofos griegos en su idea de transformación, pero no de movimiento, en una aparente invariabilidad del tiempo.

1 Michel de Montaigne, Ensayos. Vol. I, II y III. Edición de María Dolores Picazo. Traducción de Almudena Motojo. Madrid, Ed. Cátedra, 2003, p. 394 (Capítulo LVII: ‘De la edad’).

2 Michel de Montaigne, , op. cit. Vol. I. p. 125.

3 Stefan Zweig, Montaigne. Edición de Knut Beck. Traducción de Joan Fontcuberta. Prefacio y notas de J. Bayod Brau. Barcelona, Ed. Acantilado, 2008, p. 54.

4 Sarah Bakewell, Cómo vivir o una vida con Montaigne: en una pregunta y veinte intentos. Barcelona: Ed. Ariel, 2011.

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