Palabra de Ángel

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El 12 de enero se nos ha ido el poeta Ángel González. Murió mientras se recuperaba de una dolencia, y hacía planes para seguir escribiendo, leyendo, charlando con los amigos y, ay, fumando. Hombre noctámbulo y muy querido, poeta grande y cívico. Ha sido merecedor de premios como el Príncipe de Asturias de las Letras y el Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana. Ángel González había nacido en Oviedo en 1925, donde pasó su infancia y juventud. La revolución del 34, la Guerra Civil y la posguerra dejaron una huella indeleble en el futuro poeta, con el exilio y el asesinato, respectivamente, de sus dos hermanos varones. Comenzaba el duro oficio de vivir.

Su juventud estuvo marcada por una tuberculosis y los inevitables estudios de leyes en la vetusta capital asturiana. Allí lee a Juan Ramón Jiménez, a Antonio Machado y a los poetas del 27. Comienza a habitar el poeta que hay en el hombre, pero todavía la poesía y la vida viven en mundos separados. Con su llegada a Madrid, a principios de los 50, la vocación de poeta se hace oficio. Su primer libro de poemas, Áspero mundo, obtiene un accésit del Premio Adonais en 1955. Mientras trabaja como funcionario en el Ministerio de Obras Públicas, donde conoce, entre otros, a Juan García Hortelano, continúa leyendo y escribiendo versos. El poeta se va abriendo paso.

“Para que yo me llame Ángel González,/ para que pese mi ser sobre el suelo,/ fue necesario un ancho espacio/ y un largo tiempo” . Con esta presentación, Ángel González inicia una aventura poética caracterizada por una honda atención a la realidad social de su tiempo, llena de ironía y sarcasmo. De su propio testimonio, hijo de familia republicana represaliada, hecho de vivencias personales muy meditadas, va abriéndose paso a un testimonio histórico con claras referencias a la Guerra Civil y la posguerra. El compromiso político le aproxima a la poesía social que escriben Gabriel Celaya y Blas de Otero. Sin embargo, la búsqueda de nuevas formas de expresión poética le acercan a la más joven generación del 50, precoz y autodidacta, en palabras de Juan García Hortelano, en la que figuran José Agustín Goytisolo, Gil de Biedma, Valente o Claudio Rodríguez, entre otros.

El título de su segundo libro, Sin esperanza, con convencimiento, es toda una declaración de intenciones. Junto con el testimonio social, “Te llaman porvenir/ porque no vienes nunca” , aborda otros de sus temas obsesivos, el paso del tiempo: “Dejadme que os hable/ de ayer, una vez más”.

Este áspero mundo, se complementa, que no se opone, con el “acariciado mundo”, de sus poemas amorosos, de envolvente sensualidad. “Si vas deprisa, el río se apresura/ si vas despacio, el agua se remansa”. Como subraya el profesor Alarcos, “cuando el poeta vibra ante el amor, el tiempo se para” . La poesía de Ángel González es, en suma, ese diálogo del hombre con su tiempo, que expresara Juan de Mairena, que conjuga lo público y lo privado, la intimidad y la Historia, la reflexión y el sentimiento. Se nos ha ido Ángel González, dejándonos una obra inmensa, lúcida y cívica, y un íntimo testimonio: “ Aquí, Madrid, mil novecientos /cincuenta y cuatro: un hombre solo.

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