Mi noche con Rohmer

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El pasado 11 de enero nos sorprendía la noticia de la muerte en París de Eric Rohmer, uno de los últimos representantes de aquella vieja Nouvelle Vague francesa, que revolucionó el cine francés y europeo. Rohmer no era un cineasta de multitudes, pero tuvo un público fiel que le siguió, año tras año, en aquellas sesiones de los cines Alphaville de la calle de Martín de los Heros, en Madrid. Desde las páginas de la mítica Cahiers du Cinema, Truffaut, Godard, Rivette y Rohmer, entre otros, plantearon una nueva forma de entender el cine que hizo fortuna: el llamado cine de autor, buscando una mayor libertad expresiva, tanto en los temas de las películas como en las técnicas cinematográficas. Las innovaciones técnicas les permitieron hacer películas de bajo coste, en las que el director tenía mayor control sobre el resultado final.

De aquel grupo de jóvenes inconformistas, Rohmer era el mayor, y el más conservador, tanto en su concepción del arte como en sus ideas políticas. Devoto cristiano, era también un hombre introvertido, que rehuía los focos, que apenas daba entrevistas a la prensa y que rara vez asistía a los festivales de cine. Sin embargo, terminó siendo el más radical de todos ellos. Las películas de Rohmer podrán gustar más o menos, pero lo que nadie puede negar es la coherencia y la fidelidad a unos planteamientos juveniles, inalterados durante toda su vida.

Para Rohmer, la riqueza expresiva es fruto del despojamiento y, por eso, sus películas son visualmente sencillas, sin artificios ni trucos fotográficos. «Necesito filmar cosas que sean de verdad y no me gusta lo falso», solía decir. Su cine era lo contrario de las grandes superproducciones de Hollywood y de los efectos especiales. «Odio esas películas en las que cualquier espectador algo atento se da cuenta de la artificialidad de la luz, o que se vean sombras y luces que nadie sabe de dónde vienen. Busco una luz lógica, que no pretenda resaltar a los actores».

Las historias de todas sus películas transcurren siempre en presente. No existen los flashbacks y nunca se muestra el pasado. Para Rohmer, el cine sólo se puede conjugar en presente. «La imagen del cine es el presente, porque la cámara no puede examinar los detalles que uno no ve», decía en una entrevista con Carlos F. Heredero. Otra característica de sus películas es el escaso papel que tiene la música. Para Rohmer, la música cinematográfica era una redundancia que empobrecía las películas: el cine es música en el sentido metafórico del término, una música de las imágenes.

Las historias de sus películas son cotidianas pero intimistas, con pocos personajes, que hablan mucho, que tratan de engañar a los demás y que se engañan a sí mismos, a propósito del amor, la amistad y la soledad. Como les ocurre a los protagonistas de Mi noche con Maud y a Delphine, la heroína de El rayo verde, a quien vemos ir de un lado para otro, moviéndose, inquieta, torpe, ridículamente, porque está sola y se deprime, y busca no se sabe bien qué, tal vez algo mágico, algo como un rayo verde. Fine.

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