La cultura del cuerpo

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“(Se asemeja a) un montón confuso cuando se ha fragmentado hasta reducirlo a polvo.”
Séneca, epist. 89, 3

La cultura del cuerpo es un título atrayente, pero nada fácil de desarrollar, compuesto de dos palabras que son bellas abstracciones de todo lo que genera la vida humana, aunque repletas de significaciones y ambigüedades. Mientras que cuerpo evoca el complejísimo espacio biológico que transita por el mundo como ser humano, del que surgen las palabras, con las que hierve, no siempre, el pensamiento y asienta la consciencia del yo, cultura hace referencia a todo lo que estos cuerpos hacen y deshacen en la naturaleza –a la que ellos mismos pertenecen– con sus manos y sus palabras, desde que comenzaron a alentar en este mundo. La Cultura con mayúscula es una abstracción simbólica del complejísimo y diversificado artefacto humano, sometida a una progresiva fragmentación de la que ha surgido una profusión de culturas con minúscula, convertidas en un “montón confuso… hasta reducirlo a polvo”, como reza la sentencia de Séneca, citada por Montaigne, en su ensayo De la experiencia1.

El cuerpo humano es, al mismo tiempo, ese objeto natural vivo sobre el que la cultura –que en él mismo se ha generado– actúa, cultivándolo y modificándolo. Como resultado de este continuo proceso circular, el cuerpo humano se ha convertido, a lo largo de su evolución biológica e histórica, en una construcción cultural, que ha tenido y sigue teniendo su origen en los propios cuerpos, en un principio como recatada construcción personal, mediante una elaboración intelectual que nos permite pensar la vida desde el cuerpo que somos2, “mixing memory and desire3, hasta conseguir enhebrar nuestra propia visión del mundo. Esto ha sucedido y sucede con la palabra y el concepto de cuerpo humano y, en consecuencia, con la palabra y el concepto de esa cultura de la que los cuerpos humanos son, simultáneamente, creadores y objetos culturales.

Lo que se piense acerca de lo que sea la cultura del cuerpo depende de cómo se defina el cuerpo humano, si como una extraña conjunción de dos realidades [“sin que sepamos cómo, hay algo en nosotros que puede ser sin nosotros y que será después” escribía el médico Sir Thomas Browne, en el siglo XVII, en su Religio Medici 4), las que suelen llamarse “alma” o “espíritu” (res cogitans) y “cuerpo” (res extensa), como afirmara, de manera contundente, el dualismo cartesiano, o bien como “una realidad una y única”5, un complejísimo y evolucionado espacio biológico en el que, como fruto de una misteriosa alquimia, surgen las palabras, el pensamiento y la consciencia del yo. El dualismo cartesiano conduce a la artificial fragmentación de la cultura del ser humano en dos mitades: la cultura del cuerpo, un cuerpo menospreciado (“la culture du corps”) y la cultura del espíritu (“la culture de l’esprit”).

Desde la perspectiva dualista, la cultura del cuerpo, limitada a su mitad extensa, se ha significado, hasta cierto punto, por el cui-dado de su anatomía (buscando más la apariencia, con la hipertrofia de su sistema muscular, como se pone de manifiesto en la germana Körperkultur, en el culturisme francés y en el bodybuilding anglosajón), así como de su fisiología. Desde la perspectiva monista, la que sostiene que se piensa desde el cuerpo, donde se generan y se despliegan las palabras y el pensamiento, la cultura del cuerpo debe abarcarlo en su integridad (incluyendo la cartesianas culture du corps y culture de l’esprit), cuidándolo en sus tres dimensiones –física, mental y la social– interactivas e integradas en una unidad. En este sentido, la cultura de la salud es la cultura del cuerpo.6

Con la cultura del cuerpo, a veces lo que se pretende es algo más allá de sus posibilidades, en cuanto que el objetivo puede ser correr más rápido (citius), saltar más alto (altius) o desarrollar más fuerza (fortius) para desplazar un objeto o inmovilizar al rival, para alcanzar la victoria y el premio (áthlon) correspondiente al juego propuesto (cuerpos al límite y cuerpos olímpicos).

Aunque la cultura del cuerpo –considerado unidad indisoluble con lo que llamamos espíritu– es bastante más. Su propósito debe ser desarrollar en ese cuerpo entero, y no troceado, del que emergen las palabras y asienta el pensar, todas aquellas capacidades que ayuden a transformar, mediante el pensamiento crítico, la información en conocimiento y, desde luego, a estimular la creatividad, cultivando la curiosidad y un cierto grado de provocación. Una creatividad para cuya expresión puede utilizar como instrumento el propio cuerpo, herramienta para la creación, a través del lenguaje de la danza, los mensajes escritos o hablados, con palabras acompañadas de gestos (teatro), o en las obras creadas con sus manos (pintura, escultura, etcétera).

En definitiva, la cultura del cuerpo debe ser una paideia7, una “educación para pronunciar palabras y para realizar acciones”, orientada hacia la búsqueda de la excelencia, mediante el cultivo integrado y armónico de sus dimensiones, física, mental y social.

1 Montaigne Michel de, Ensayos completos. Cap. XIII, De la Experiencia, Cátedra, 2ª ed. 2005.

2 Pera, Cristóbal, Pensar desde el cuerpo. Ensayo sobre la corporeidad humana, Triacastela, 2006.

3 Eliot, T.S. The Waste Land. Collected Poems, 1900-1962, faber and faber, London Boston, 1963.

4 Sir Thomas Browne, Religio Medici – Hydriotaphia, Clásicos Alfaguara, 1086.

5 Zubiri, X. El hombre, realidad personal, Revista de Occidente, 1963, p. 5-28.

6 Pera, Cristóbal, Cultura de la salud. Un cambio de paradigma. Barcelona Metrópolis, núm. 81, 2011.

7 Jaeger, Werner, Paidea: los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, 1957.

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