El trabajo y sus fatigas

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“LA PALABRA TRABAJO AÚN CONSERVA HOY EN DÍA EL SENTIDO ORIGINAL DE SUFRIMIENTO, DOLOR, PENA: DE LA IDEA DE SUFRIR SE PASÓ A LA DE ESFORZARSE Y LABORAR”

En estos tiempos en que algunas palabras caen en desuso y otras adquieren nuevos significados, que a menudo tergiversan su sentido inicial, parece una necesidad volver a incentivar la curiosidad lingüística que nos puede ayudar a comprender mejor nuestra lengua y otras próximas. Yakov Malkiel en Etimología (Madrid, Cátedra, 1996) explica que la investigación etimológica tuvo mayor consideración hace un siglo: “En ciertas épocas, el significado literal de un determinado nombre propio y los mensajes cifrados en él (en especial, pero no exclusivamente, en relación con los nombres propios de personas) significan para el miembro medio de la comunidad lingüística en cuestión incomparablemente más que la procedencia de cualquier nombre común”.

Pongamos por caso una palabra que para muchos es una rutina diaria como “trabajo”, no en su concepción física de energía en movimiento sino esa angustia que supone para algunos bajar cada día nuevamente a los infiernos. Es esclarecedor documentar la historia de la voz “trabajo” en el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas y José A. Pascual (Madrid, Gredos, 2001). Trabajar, proviene del latín vulgar tripaliare, “torturar”, derivado de tripali um, “especie de cepo o instrumento de tortura”, compuesto de tres y palus, por los tres maderos que formaban dicho instrumento en castellano antiguo y aún hoy en día “trabajo” conserva el sentido de “sufrimiento, dolor, pena”: de la idea de “sufrir” se pasó a “esforzarse” y “laborar”.

La primera documentación de la palabra la hallamos en Gonzalo de Berceo en sus obras como Milagros de Nuestra Señora (Madrid, Solalinde, 1922, 797 b, 829 b). Por ejemplo, “trabajar en esto” en textos de Berceo tiene el sentido de “esforzarse”, “procurar (algo)”, es decir, “esforzarse por ello” en el Poema de Fernán González (principios de la segunda mitad del siglo XIII). Estas acepciones son más comunes que “laborar” en la Edad Media. También tenemos ejemplos de la idea de “sufrir”: “al que da Dios ventura e non la quier tomar…/ aya mucha laceria e cuita e trabajar” en el Libro de Buen Amor, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, (Madrid, Gredos, 1967). Hay una primera versión de 1330 y una segunda ampliada de 1343. Pero ya en el siglo XIV hay ejemplos de la acepción moderna “laborar, obrar”: El Conde Lucanor o Libro de Patronio del Infante D. Juan Manuel (1335): “et los que labran et crían et trabajan et caçan et fazen todas las otras cosas, todos las fazen, mas non las entienden nin las fazen todos en una manera”.

Desde el siglo XVI esta acepción moderna es la normal. Como explican Corominas y Pascual, su avance fue paralelo al retroceso de “labrar” y “obrar” con este valor; sabido es que “labor” como expresión popular y general de la idea de “trabajo” tiene gran amplitud en toda la Edad Media. Es posible que esta evolución del sentido se anticipara algo en el sustantivo “trabajo”, pero más bien está la diferencia principal en el sentido de que “trabajo” ha conservado mejor hasta el día su acepción originaria de “sufrimiento, pena”; por lo demás, las acepciones “penalidad, molestia, tormento” y “estrechez, miseria, pobreza o necesidad” son clásicas, el Diccionario de la lengua española de la RAE, llamado Autoridades, las documenta en escritores del Siglo de Oro, por ejemplo en Trabajos de Persiles y Sigismunda de Miguel de Cervantes.

Con cronología no muy diferente, la evolución semántica ha sido más o menos la misma en todos los romances de Occidente. En italiano, por ejemplo, la acepción “laborar” tampoco es completamente ajena a este idioma, aunque se aplique sobre todo a la labor penosa o muy fatigosa. Los derivados “trabajador”, “trabajo” no provienen directamente del latín vulgar tripalium sino que es posverbal de “trabajar”, de fecha ya antigua.

La poca curiosidad lingüística actual da paso a las disciplinas centradas únicamente en el tiempo, sobre todo en la historia; así la etimología equivale a “significado previo” o “significado más anterior reconocible”, pero, como señala Malkiel, sin la pretensión concomitante de que el saber moderno está en condiciones de recomponer los significados primitivos. Debemos pues imaginar el significado fundamental de una palabra como algo absolutamente independiente del paso del tiempo y dotado con mensajes ocultos.

No en vano el castigo afligido que conlleva la etimología de la palabra ya era señalado en las sagradas escrituras. El libro del Génesis nos enseña que la penosidad del trabajo tiene asimismo su raíz teológica y antropológica en el misterio del pecado. Entre el trabajo de antes del pecado original y el de después hay una gran diferencia porque el trabajo de antes no era penoso, sino agradable, nada que ver con el de ahora. Así lo recuerda (3,19): “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás”.

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