El complejo mundo de las profesiones

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La navaja de Ockham, el conocido principio de simplicidad que propugna que la hipótesis más sencilla entre otras equivalentes suele ser la verdadera, está de plena actualidad en nuestro días. Pero si queremos aplicar este postulado filosófico en nuestro ámbito profesional, es bien probable que la afilada navaja de Ockham no pueda cortar y aclarar los conflictos que nos afectan con argumentaciones simples y racionales.

Para entender el complejo mundo de las profesiones en nuestro país, hay que verlo con la óptica de lo surrealista, de lo imprevisto, de los juegos de intereses o malabares, de la política de baratillo y de las influencias de los tótem sagrados que pululan por doquier. No es que crea que aquí seamos diferentes; lo que creo es que todavía estamos lejos de superar estas negativas influencias y aproximarnos en mayor medida a la transparencia, a los intereses generales y a la utópica democracia creíble.

Al decir de algunos, resulta que un Consejo General o sus Colegios son corporaciones rancias y atrasadas, cuando no partidistas políticamente hablando; sus miembros y adláteres, un grupo de ácaros que sólo están por su propio interés, intentando manipular la voluntad general, y otras cosas por el estilo.

Pero, ¿cuál es la realidad de los Colegios? Desde luego, su imagen real no responde a esta sarta de embustes. Y no es que los escuche con frecuencia, pero es lo que da a entender el trato que en ocasiones recibimos.

Cabe preguntarse a quién interesa mantener estos viejos sambenitos. Sinceramente no lo sé. Cuando nos aproximamos a una institución para hacer oír la voz de los Colegios, lo que plantean, dónde apuntan, lo que son, lo que hacen, todos parecen estar encantados _siempre que no se toquen las ubres de los tótemes_, y además se sorprenden de que vivamos de nuestros propios recursos. Normalmente comienza un camino positivo de colaboración al descubrirse que estos profesionales están empeñados en trabajar prácticamente a cambio de nada; si acaso, del buen nombre de su profesión y del deseo de impulsar en su zona provincial o autonómica el desarrollo en el área en los cuales son especialistas.

Los que somos de ciencias, en ocasiones tenemos dificultad para precisar las palabras, y posiblemente sea un atrevimiento hablar de lo que significan los agentes sociales. Pese a que los colegios vienen recogidos en la Constitución, es raro que se nos considere agentes sociales. Resulta esperpético, por ejemplo, que en los consejos sociales de universidades estén representados un variado elenco de personajes y, sin embargo, no lo esté el producto de la universidad: los colegios, las profesiones reguladas, por lo visto, son un grupo de incompetentes o impresentables que no pueden opinar en ningún sitio.

Hay cosas muy curiosas. Por ejemplo, están saliendo normativas autonómicas que definen quiénes son estos agentes sociales y de qué pueden opinar en la construcción o definición de las grandes líneas maestras del desarrollo regional, pues así vertebran la región. En ninguna de ellas aparecen los colegios profesionales. Muy mal veo a las profesiones tituladas, y peor veo a los responsables políticos, por el despilfarro que se hace de organizaciones de profesionales muy capaces. ¿Pero de verdad alguien se cree que podemos ser nocivos? ¿Alguien se puede creer que seamos diferentes a colectivos tan respetables como los empresarios, los sindicatos, las asociaciones de amas de casa, o las asociaciones ecologistas?

Ciertamente, el principio de la navaja de Ockham no parece ayudarnos demasiado a dar con la solución del poblema.

Con estas premisas, ¿se puede acaso entender que se esté construyendo un entramado colosal de reglamentos de seguridad industrial en España y que los colegios estén en la luna de Valencia? ¿Se puede suponer que haya una acción sistemática, organizada y premeditada para la anulación de las capacidades profesionales de los ingenieros con carácter individual o de grupos reducidos de expertos? La respuesta está en los reglamentos.

Por otra parte, ¿está alguien interesado en que se cierren escuelas de ingenieros? La reforma de las enseñanzas universitarias, a partir de la declaración de Bolonia, ha sido un tema apasionante en los últimos años. Hay que admitir sin la menor duda que la universidad necesita cambios profundos. Supongo que estará preparada para digerir la literalidad de lo que se propugna, pero sin duda dejará a muchos en el camino, tanto docentes como alumnos.

Pronto tendremos una batería de reales decretos desarrollando la cuestionada LOU que arrancará de raíz viejas titulaciones. Y las profesiones tituladas y agrupadas en colegios sólo habrán tenido la oportunidad de haber sido escuchadas protocolariamente, haber emitido una serie de comunicados, y haberse reunido desesperadamente sus mesas, organizaciones y supraorganizaciones, sin que de forma efectiva hayan participado en el diseño de su futuro, y ni siquiera en su desaparición como profesión titulada.

Podíamos seguir enumerando una serie de problemas, y enseguida alguien se apresuraría a decir que son posiciones corporativistas. Lo cierto es que en el complejo mundo de las profesiones intervienen otros factores o lobys endógenos que complican la elección de las soluciones más idóneas, y la navaja de Ockham es incapaz de seguir cortando. Con todo, dando sentido a las nuevas aplicaciones de éste principio del reformador católico inglés del siglo XIV, se decide ir hacia la desingeniería porque esto simplifica mucho las cosas y en muchas direcciones.

A pesar del panorama reseñado, trataremos de ir venciendo los obstáculos con el apoyo de la ingeniería técnica industrial para obtener los mejores logros para nuestra profesión.

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