¿Dónde estamos?

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Hace 10 años más o menos (¿o vamos a discutir de nuevo dónde comienza y termina la década?), nos preguntábamos qué pasaría en este siglo XXI del que tanta gente decía y escribía que sería el siglo de la ecología. Pues hasta el momento ha pasado de todo, más malo que bueno, para variar, pero está claro, al paso que vamos, que de siglo de la ecología nada de nada. ¡Qué va a ser! Y menos todavía después de que el sueño Obama se haya diluido (¿habrá reacción?) como un azucarillo acosado por ese Tea Party que más nos convendría a todos que se convirtiera en Green Party. ¡Qué cosas genera esa democracia estadounidense que, al parecer, tanto deberíamos admirar los buenos demócratas!

Los hechos demuestran que, en efecto, las crisis no son buenas para las políticas ambientales, salvo que convengamos en que el retraimiento económico y la austeridad inversora (el decrecimiento obligatorio) evitan desaguisados, como el urbanístico por ejemplo, si bien estamos convencidos de que no habrá un antes y un después, como llegamos a pensar los más ingenuos durante las primeras semanas del hundimiento. En cuanto las aguas vuelvan a su cauce también nosotros (ellos) volveremos (volverán) a las andadas. Más ellos que nosotros.

En el caso de España, y a pesar del cambio de la titular del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (¿alguien echará de menos la escandalosa apatía de Elena Espinosa?), el Gobierno de Rodríguez Zapatero va a terminar la legislatura con pocas sorpresas agradables en este terreno, por mucho que se empeñe Rosa Aguilar con su peligrosísima y fuera de lugar a estas alturas vena demagógica. ¿Quién ha oído hablar a Rodríguez Zapatero del cambio climático en estos últimos meses de acoso inmisericorde por los mercados? ¿No debería el Código Penal castigar también este tipo de acoso?

Dicen que, entre otras razones, la llegada de Rosa Aguilar trataría de desactivar ciertas expectativas electorales suscitadas por EQUO, la fundación con vocación política que han puesto en marcha Juan López de Uralde, ex director de Greenpeace-España, y Alejandro Sánchez, que ocupaba también ese mismo cargo en la Sociedad Española de Ornitología (SEO). Ellos dos y unos cuantos más, puesto que los apoyos de Los Verdes europeos han sido hasta la fecha poco explícitos y aquí, la verdad, tampoco parece que hayan generado demasiados entusiasmos. El voto verde en España ha sido históricamente una entelequia y lo será de nuevo en los próximos comicios a pesar del desencanto con los dos partidos mayoritarios. Bien es cierto que, de haber en juego unos cuantos miles de papeletas, más bien se restarían al PSOE e Izquierda Unida antes que al Partido Popular. Veremos, pero mucho me temo que EQUO naufrague dejando a la deriva a dos de las personas más valiosas que ha dado el ecologismo español en las últimas décadas. La proyección social y mediática de López Uralde tras su encarcelamiento en Copenhague parece insuficiente para romper rutinas electorales.

«LAS CRISIS NO SON BUENAS PARA LAS POLÍTICAS AMBIENTALES, SALVO QUE CONVENGAMOS EN QUE EL RETRAIMIENTO ECONÓMICO Y LA AUSTERIDAD INVERSORA (EL DECRECIMIENTO OBLIGATORIO) EVITAN DESAGUISADOS, COMO EL URBANÍSTICO POR EJEMPLO»

No, no está el horno para experimentos de ese tipo, porque tam-poco lo está la sociedad española. Como la europea y no digamos la americana del Norte o del Sur, por no hablar de India o de China. De esa mitificada China que, aun antes de convertirse en la primera economía mundial, ya tenía el dudoso honor de ser el país más agresivo en cuestiones ambientales, sin negarle por ello algunos avances ambientales, como es el caso de las energías renovables. Ha sido una característica constante y desgraciada de las economías asiáticas (esos dragones que acabarán comiéndonos o quemándonos con sus lenguas de fuego), pero nadie como China ha mostrado hasta la fecha una actitud tan irresponsable, tan frívola y despilfarradora en el uso de las materias primas, como bien puede comprobarse en cualquiera de esas tiendas de Todo a 100 a las que acudimos para estirar el sueldo. ¿Han encontrado en ellas algún producto por el que paguen el valor aproximado de las materias primas consumidas para su fabricación? Me temo que no. China arrasa lo suyo y lo ajeno, con incursiones esquilmadoras en África, Latinoamérica y allá donde lo necesite.

Por mucho que los santones de la economía glorifiquen de modo interesado el milagro económico chino o asiático, desde el punto de visto ecológico supone uno de los mayores disparates en la ya larga historia del capitalismo. Lo es en relación con el uso y abuso de las materias primas y lo es tanto o más respecto al mercado laboral con millones de personas esclavizadas por salarios miserables (lo hacen también aquí, en esa Barcelona de la película Biutiful, que protagoniza Javier Bardem). El capitalismo planificado de este país, que acabará comprando buena parte de la deuda de las potencias occidentales, es tan desalmado como aquél de los siglos XVIII y XIX que explotaba a los niños y mataba de hambre y de penurias a los adultos. ¡Y pensar que ése es el modelo hacia el que nos dejamos llevar! ¡No quiero ni pensarlo! ¿Dónde estamos? Pues ahí, al borde del abismo. ¿Quieren hacer el favor de no acercarse?

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