Del Big-Bang a la vida

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“LA ASTROBIOLOGIA NO ES EN PROPIEDAD UNA DISCIPLINA; ES UN ENTRAMADO DE SABERES CON EL OBJETIVO, TAN ETÉREO COMO AMBICIOSO, DE ESTABLECER SI LA VIDA ESTÁ LIGADA AL DEVENIR CÓSMICO O ES UN FENÓMENO EXCEPCIONAL.”

Pocas veces puede decirse que nuestro país coge la enseña y se pone al frente de la investigación científica en una disciplina. Pero por una vez, quizás no la más afortunada según algunos, lo está haciendo. El pasado 14 de enero se inauguraba en Torrejón de Ardoz (Madrid) el Centro de Astrobiología (CAB), uno de los primeros que esta supuesta especialidad tiene en todo el mundo.

La NASA dio, en 1998, el pistoletazo de salida creando su Instituto de Astrobiología. El misterio de la posible existencia de vida extraterrestre, que a tenor del número de películas que sobre el tema se filman cada año en la meca del cine debe tener gancho en Estados Unidos, es un buen argumento para mantener viva la llama de la aventura espacial, que con la tragedia del Columbia no atraviesa su mejor momento, y conseguir que los presupuestos no se recorten, que en última instancia es de lo que se trata.

El CAB español nació como un proyecto vinculado a este instituto de la NASA, con la que hace tres años se firmó un acuerdo por el que pasaba a ser una especie de miembro asociado. Ahora, otros países, entre ellos Australia, se están subiendo al carro y están construyendo centros similares, también con el apoyo y la colaboración de la NASA. ¿Será verdad que por una vez España ha visto el futuro científico más claro que nadie?

Las dudas subsisten porque el campo de actuación sigue siendo bastante indefinido. La astrobiología no es en propiedad una disciplina, más bien es un entramado de saberes, una forma de mirar en la que confluyen todas o casi todas las disciplinas, con el objetivo, tan etéreo como ambicioso, de establecer si la aparición de la vida está ligada al devenir cósmico o es un fenómeno excepcional. Esto implica desvelar de una vez el eterno misterio del origen de la vida terrestre, descubrir su posible existencia en otros astros y establecer con detalle la conexión entre la evolución del universo y de la materia que lo habita con la aparición y la evolución biológica.

La existencia del CAB es el resultado del tesón personal desplegado por el físico Juan Pérez Mercader, su director. Su capacidad para buscar financiación y convencer a la clase política de la importancia de su proyecto ha sido portentosa, aunque quizás no habría conseguido su objetivo si no hubiese sabido “vender” las implicaciones que la investigación astrobiológica puede tener en algunos campos de interés aplicado más inmediato, como la genómica o la robótica. Nacido como un centro mixto entre el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), dependiente del Ministerio de Defensa, y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), perteneciente al Ministerio de Ciencia y Tecnología, su inauguración fue una muestra de la habilidad de su director para conseguir el doble espaldarazo que un centro de estas características precisa, el de la ciencia y el de la política. Estuvo presidido por José María Aznar, dos de sus ministros, Josep Piqué y Federico Trillo, y el presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, y contó, por el otro lado, con la presencia de tres premios Nobel, un alto cargo de la NASA y muchos científicos más, nacionales y extranjeros.

Su creación no ha estado exenta de polémica, tanto por sus fines como por la importante inversión pública que ha supuesto, unos 20 millones de euros. El principal motivo de fricción es la habitual discusión sobre la financiación de estas grandes instalaciones. Para unos, los fondos invertidos se detraen de los destinados al desarrollo de investigaciones más importantes; para otros son fondos nuevos que de no haber ido a parar a este objetivo se habrían perdido en la nebulosa de los presupuestos generales del estado.

Otras críticas se dirigen a sus propios contenidos y objetivos, que se diluyen en el mar del conocimiento científico en general. No está claro que exista realmente una metodología de trabajo específica sino más bien la suma de las propias de cada área implicada (astrofísica, geología, biología, matemáticas, química…). Pero este problema es lógico en un lugar de encuentro multidisciplinar, cuyo objetivo es eminentemente sintético, aunque no pueda dejar de lado las aportaciones que llegan desde los campos más especializados. La ciencia está extremadamente compartimentada y la realidad es, en cambio, un continuo donde todo tiene que ver con todo. Ante esta inevitable tendencia, no están de más lugares donde esos conocimientos encuentren la forma de volver a imbricarse para intentar dibujar un panorama completo de la realidad.

Solo el tiempo dirá si lo que con tanto fasto se ha inaugurado se convierte, como pretende, en un centro científico de referencia o se pierde entre el mar de conocimientos en los que se sumerge.

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