Biocombustibles

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“ESTAMOS EN LOS ALBORES DE UNA NUEVA CULTURA ENERGÉTICA QUE ESTÁ TENIENDO UN LENTÍSIMO DESARROLLO NO SÓLO POR LAS LÓGICAS DIFICULTADES TECNOLÓGICAS SINO PORQUE ESTÁN EN JUEGO OTROS INTERESES”

La polémica de los últimos meses sobre los biocombustibles y sus efectos en la distribución de los cultivos agrícolas y en el aumento de los precios de algunos productos derivados de los cereales (trigo, cebada, etc.) es hasta cierto punto sorprendente, pero en cualquier caso aleccionadora. En primer lugar, porque nos demuestra con toda crudeza las consecuencias del tiburoneo económico en torno a bienintencionadas políticas ambientales y de manera muy especial las relacionadas con la energía. Con diferentes variantes, viene ocurriendo desde hace tiempo con los parques eólicos, ocurre ahora con los combustibles vegetales y ocurrirá dentro de nada con las plantas solares. Por no hablar de las energías convencionales, o de las compañías que las explotan, que viven en permanente sobresalto de opa en opa.

Por supuesto, ningún ámbito económico es ajeno a los escarnios especulativos, ni siquiera los acaparadores de las cosechas cerealistas, pero no estábamos acostumbrados a tantas turbulencias en el mundo energético (aparte de las recurrentes crisis petrolíferas) y menos aún en el ámbito de las renovables. Dada la trayectoria del mundo inmobiliario, no son pocos los expertos que, a modo de metáfora, comentan en privado con indisimulada preocupación (“¿qué saben ellos de este negocio?”, dicen) las distorsiones que pudieran derivarse del desembarco de las grandes constructoras en un sector de tanta importancia estratégica y geoestratégica. En efecto, se trata de culturas de negocio con trayectorias diferentes.

En segundo lugar, de esta polémica debe extraer alguna que otra lección la parte más dogmática del ecologismo que no siempre alcanza a valorar los complejos resultados de iniciativas que sobre el papel ofrecen halagüeñas perspectivas. ¿Cómo no tener en cuenta, cual es el caso que nos ocupa, las distorsiones casi imprevisibles e incontrolables propias de la economía de mercado? Es cierto de todos modos que en el caso de España se han hecho ya algunas reflexiones sobre la conveniencia de los cultivos energéticos que podrían disparar la demanda de agua en un país como el nuestro con graves de sequilibrios hídricos. No siempre salen ajustados los balances energéticos, al menos a corto plazo. Otra cosa es que, a pesar de todo, pudiera convenir su explotación por razones de política agrícola (ocupación de tierras abandonadas) o simplemente porque se intuyen futuros beneficios o se temen apocalípticas consecuencias de la deriva climática. Puede merecer la pena soportar ahora un déficit energético o económico en la confianza de mejores resultados. ¿Habría sido posible la espectacular proliferación de parques eólicos sin las sustanciosas subvenciones pagadas con el dinero de todos los ciudadanos?

Estamos en los albores de una nueva cultura energética, que no lo es tanto en sus planteamientos teóricos (ya he escrito aquí que en las primeras décadas del siglo XX había apelaciones constantes a estas fuentes que ahora llamamos alternativas o renovables), pero que está teniendo un lentísimo desarrollo no sólo por las lógicas dificultades tecnológicas sino porque están en juego otros intereses. Es más que evidente que la industria petrolera observa con inquietud esta nueva era y así lo hace constar siempre que tiene ocasión, por ejemplo en los foros sobre el cambio climático donde sus representantes han llegado a pedir indemnizaciones ante los efectos en sus economías de una supuesta disminución del consumo de petróleo. Eso es lo que expresan en público, pero al margen de histerias conspirativas cabe pensar que algunos otros hilos moverán para defender sus intereses. No son precisamente los países productores de petróleo los más avanzados desde el punto de vista científico o tecnológico.

Coinciden estas circunstancias con un momento dulce para las energías renovables en nuestro país. Por primera vez, hay una apuesta decidida desde las administraciones, y el presidente Zapatero parece habérselo tomado en serio. Ha habido gestos y hechos significativos como para pensar que no es una mera operación de imagen, pues coincide también esta apuesta con una etapa de relativa eficacia en las políticas para afrontar los efectos del cambio climático, entre otras la puesta en marcha del mercado de CO2.

En definitiva, las distorsiones de todo tipo asociadas a los biocombustibles o a cualquier otra fuente renovable no deben empañar el rumbo que algunos países, la Unión Europea de modo especial, han emprendido para que en el plazo de unas décadas las nuevas energías tengan un peso más contundente en el paquete energético. La inestabilidad petrolera o el chantaje permanente de los suministradores de gas nos obliga a ello, aparte de otros temores. El voluntarismo, sin embargo, debe sustituirse por el rigor.

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