Al Gore

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“AL GORE SE PLANTEA ESTE ASUNTO DE MANERA ABIERTA PREGUNTÁNDOSE Y PREGUNTÁNDONOS QUÉ MÁS TIENE QUE OCURRIR PARA QUE TODOS LOS GOBIERNOS, Y ESPECIALMENTE EL DE SU PAÍS, LLEVEN A CABO POLÍTICAS MÁS RIGUROSAS PARA AFRONTAR EL CAMBIO CLIMÁTICO”

Una mirada retrospectiva a lo ocurrido en las últimas tres o cuatro décadas en nuestro país nos permite concluir que, en lo fundamental, el movimiento ecologista ha estado certero. Desgraciadamente, la mayor parte de sus pronósticos y advertencias se han ido cumpliendo de modo más o menos catastrófico, desde las bombas de Palomares al accidente en la central nuclear de Vandellós Uno, la riada de Biescas, el vertido de Aznalcóllar, el hundimiento del Prestige, el caos urbanístico y tantos otros sucesos ambientales que permanecen en nuestra memoria.

También algunos de esos pronósticos se han cumplido para bien, por ejemplo en el caso de las energías renovables. Lo que hace apenas unos años era calificado de utópico es ahora una realidad contante y sonante. Los parques eólicos se han consolidado como alternativa y en apenas una década, según los expertos, dispondremos ya de al menos 1.000 megavatios solares en España con un potencial de crecimiento espectacular. Igualmente se va consolidando el biodiésel como un combustible de transición que pudiera paliar, aunque fuera levemente, la brutal y peligrosa dependencia del petróleo. A medio plazo, miles de hectáreas de terrenos agrícolas estarán dedicadas a los llamados cultivos energéticos.

El ecologismo militante, sin embargo, ha cometido algunos errores de apreciación y posiblemente el más importante haya sido esa creencia reiterada de que las catástrofes ambientales producirían por sí mismas cambios trascendentales en las conciencias, en los comportamientos, en los modelos y en las políticas. No ha sido así. Ni mucho menos. Ha habido avances significativos, pero la voluntad política y social no está a la altura del reto planteado.

El ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, protagonista insólito y absoluto del documental titulado Una verdad incómoda, que lleva camino de convertirse en uno de los más vistos de toda la historia, se plantea este asunto de manera abierta preguntándose y preguntándonos qué más tiene que ocurrir para que todos los gobiernos, y especialmente el de su país, lleven a cabo políticas más rigurosas para afrontar el cambio climático que sólo cuestiona ya una pequeña parte de la comunidad científica. A ver con qué nos sorprende el Panel Intergubernamental de Cambio Climático que, a partir de febrero de 2007, dará a conocer una serie de informes al respecto. El último, por cierto, se presentará en Valencia en el mes de noviembre.

Que un hombre de la experiencia y los conocimientos de Al Gore, a punto de ocupar la Casa Blanca hace unos años en reñidísima competición con George Bush, se haga esta pregunta y no sepa responderla de manera cabal da idea de la preocupante situación en la que nos encontramos. A pesar de las incertidumbres, sabemos cuál es el problema, aunque algunos no quieran reconocerlo abiertamente, y en parte tenemos también las soluciones, pero seguimos paralizados, tal como se ha demostrado una vez más en la última cumbre de Nairobi donde casi naufraga la propuesta para dar continuidad al protocolo de Kyoto más allá de 2012. De nuevo la Unión Europea ha vuelto ha jugar un papel decisivo, como ya es habitual en este tipo de cumbres.

Acostumbrados a situar a los Estados Unidos como el más malo de los malos, apenas hemos reparado en otros desafíos que en absoluto disculpan las desidias de la única superpotencia mundial, pero el hecho es que dentro de nada China e India ocuparán los dos primeros puestos del ránking de emisiones de CO2 y otros gases invernadero, seguidos muy de cerca por países como Brasíl o México. Sólo este último, por cierto, ha expresado su intención de asumir responsabilidades en un futuro.

El desarrollismo desbocado de las dos grandes potencias asiáticas demuestra otra verdad de Perogrullo que ya no es achacable al ecologismo sino a la vida misma, y es que nadie escarmienta en cabeza ajena y los países en vías de desarrollo están cometiendo los mismos errores, aun acrecentados, de los países industrializados. Cuando se abordan estas cuestiones nunca falta el demagogo de turno reivindicando el derecho de los más pobres a luchar contra la miseria, como si alguien lo cuestionara, pero ello no es incompatible con la prudencia. ¿No habrían sido posibles otros modelos urbanísticos en China donde se están construyendo las ciudades más disparatadas y desapacibles del mundo? ¿Son de recibo tantos sucesos ambientales que ponen en riesgo la salud y la seguridad de los ciudadanos? Digan los demagogos lo que quieran, pero ya no vale escudarse en la maldad de los de siempre. De manera proporcional, los nuevos ricos también deben asumir responsabilidades y, por la cuenta que nos tiene, unos y otros deberemos aprender de la historia.

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