Pisada

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La cálida madrugada del 21 de julio de 1969, yo era una pequeña niña sentada a los pies de su abuelo ante el televisor en blanco y negro. Estaba sucediendo. El hombre llegaba a la Luna. No sé si en esos momentos resonó en mi cabecita la famosa frase “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad” que pronunció Armstrong. Pero sí sonó y luego ha vuelto a resonar, como una especie de talismán que me ha acompañado para abordar mis pequeñas aventuras en este mundo, la frase de mi abuelo, por supuesto más importante, de “me siento feliz hija de haber vivido tanto tiempo para poder ver este acontecimiento”. El hijo de la luz de la velas, el hijo de los relámpagos como única manifestación de la electricidad, podía contemplar de cerca ese cuerpecillo mítico para la humanidad gracias a la luz de los rayos catódicos.

Siempre me gustó su falta de sorpresa, no hubo incredulidad, y siempre su capacidad de asombro. Fue algo natural para un hombre que hizo la travesía de dos siglos. Fue la primera vez que sentí la crueldad del paso del tiempo, de la imposibilidad de ver todos los prodigios futuros de la raza humana. Habrá un mañana que no existirá para mí.

Su juventud ante lo nuevo, ante la posibilidad de conocimiento que da la vida fue un legado que nunca me ha abandonado, salvo, tal vez, cuando una y otra vez compruebo la inutilidad de la maldad humana. Esa cálida madrugada, soñé que cuando pasarán 40 años, el tiempo en ese momento era eterno, yo, que ni siquiera había nacido en EEUU, podría subir algún día a la Luna, que los viajes a Selene serían tan habituales como ir a París. ¡Ver la Tierra como vemos la Luna, que maravilla!

¿Qué ha pasado para que no sea así? Conozco la historia de las misiones Apolo, de las lanzaderas espaciales, de la estación espacial internacional, de las sondas que se han enviado al espacio, de nuevos planetas extrasolares, pero no puedo dejar de sentirme defraudada con mi tiempo. La Luna sigue siendo ese satélite al que miro, con menos mitos, para ver el mar de la tranquilidad que no aprecio en el suelo terrestre.

No me importa si fue verdad o mentira esta llegada. Como dijo el físico Paul Dirac, con respecto a la famosa formula E= mc2 de Einstein, que más da que sea verdad o mentira es tan bella. Bellos fueron los sueños que tuvimos, bella sigue siendo la visión desde la Tierra de ese satélite, puerta para el espacio infinito. Es tan interesante su cara oculta como es la canción de Pink Ployd, sigue siendo recomendable leer De la Tierra a la Luna de Julio Verne, de guardar en la memoria el fotograma de la Luna mirando con un telescopio de la película Viaje a la Luna de Georges Méliès. Es conmovedor en estos momentos el paso moonwalk de Michael Jackson. Sé que no es lo mismo que sea verdad o mentira esta hazaña, y por ello y por el extraño influjo que produce la Luna, pienso y me da rabia la imposibilidad de los sueños. Ya sabemos que no hay hombrecillos, pero los que vivimos en la infancia la subida siempre hemos querido ser Roy, el replicante de Blade Runner pronunciando su monologo final: “He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser”.

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